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Columna
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Balada triste de Gran Vía

Malos tiempos para la Lírica. El poeta callejero que regala su poesía a cambio de la voluntad a las puertas de La Casa del Libro en la Gran Vía suele perder los papeles cuando se acerca la Navidad y los que hacen cola en Doña Manolita le tapan la vista y ahuyentan a su improbable clientela. "No os va a tocar nada" increpa el vate sedente y mascullante a los fieles de la voluble diosa Fortuna que, como todos los años por estas fechas, se congregan frente al afortunado establecimiento. Si en vez de poesía regalase maldiciones quizás hiciese mejor negocio. Sus imprecaciones y exabruptos no llaman precisamente a la concordia navideña y alejan a los improbables amantes del género. A la entrada de la librería una adolescente irritada tira de los brazos de sus progenitores para disuadirles de entrar en este templo de la cultura libresca en vías de extinción, los coloristas escaparates de las franquicias de moda que han colonizado la emblemática arteria tiran de ella más que los libros en negro sobre blanco. El poeta eleva el tono de sus protestas, carga las tintas de sus nefastas previsiones y se desfoga contra los frívolos compradores de ilusión que también prefieren los números a las letras: Maldiciones para el niño y la niña, la suegra y el cuñado.

No cabe un alfiler y la población flotante se bambolea, choca y entrechoca

Todo Madrid, vecinos y forasteros, confluye en la Gran Vía en fechas tan señaladas. Este año no acudieron deslumbrados por las luces festivas y públicas. El Ayuntamiento, para no ser menos que la ciudadanía, tiene problemas para pagar las facturas de la luz y las luminarias recicladas de las alturas no pueden competir con la profusa parafernalia de los comercios y las carteleras de los cines y de los teatros. Del cine Capitol llegan los ecos de una Balada triste de trompeta, la banda sonora del filme de Álex de la Iglesia es música de fondo, grotesca y melancólica, que marca el ritmo cansino de la multitud paseante. Raphael, eterno y patético muñeco de ventrílocuo prodiga sus gorgoritos jadeantes sobre las congestionadas aceras. El pequeño tamborilero de Linares, angélico esperpento nacional, protagonizará un año más el especial de Nochebuena de TVE. Los fantasmas de las navidades pasadas, muy pasadas, sobrevuelan la Gran Vía. No cabe un alfiler y la población flotante se bambolea, choca y entrechoca, los unos contra los otros y contra los múltiples escollos del mobiliario público, los andamios, los kioscos y los chiringuitos. Limpiabotas cetrinos acechan bajo las marquesinas y ofrecen brillo y lustre a pie de suelo. Hay que mirar dónde se ponen los pies para no atropellar los tingladillos mendicantes, colchones, mantas y atadillos que salpican las aceras, pecios de todos los naufragios. Algunos mendigos veteranos han dejado abandonadas sus instalaciones para ir a tomar un refrigerio o simplemente para no ser pisoteados. Como reclusos en fuga han dispuesto sus bártulos simulando el bulto de sus cuerpos ausentes y yacentes y las monedas escasas y devaluadas siguen cayendo sobre sus huchas de cartón y sus pasquines dramáticos.

"¿Qué dan aquí?", pregunta un ciudadano al tiempo que pide la vez en una cola formada junto a una carpa publicitaria de la plaza del Callao. Para acceder de forma gratuita a una lata de refresco, pandillas adolescentes y familias bien avenidas se congregan y afrontan las bajas temperaturas dando pataditas en el suelo. Aglomeraciones como estas fueron siempre fructíferos cazaderos para los carteristas, pero sus métodos artesanales no resultan rentables si los profesionales no se han reciclado con cursos de informática para sacar partido de las omnipresentes tarjetas de crédito. Los Miserables, Víctor Hugo pasado por Broadway, han vuelto con sus miserias cantábiles al teatro Lope de Vega. El Coliseum acoge a la tribu feliz de Mamma Mia, navidades de reestreno, felices fiestas recicladas. Se mira pero no se toca, se mira mucho pero se compra poco. Balada triste de la Gran Vía, trompetas con sordina resuenan en vísperas del Apocalipsis, trasiego de multitudes peripatéticas. El poeta, en posición de escriba, se desgañita en vano contra la futilidad de los tiempos, los vomitorios del Metro arrojan masas palpitantes sobre las aceras, mirar es gratis y el espectáculo continúa, un estridente coro de bocinas se congrega alrededor de los semáforos que parpadean como árboles de Navidad.

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