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Comamos y bebamos

Digan lo que digan y canten lo que canten los pastorcillos, estas Navidades no van a ser alegres precisamente. Fantasmas de tristeza e incertidumbre planean sobre Madrid y sobre el mundo. Sin embargo, es necesario reír y espantar la melancolía que, a pesar de su prestigio romántico, es mala como la madre que la parió. El lunes recordaba Mambrino en el crucigrama de EL PAÍS una frase de Flaubert, que hoy cumpliría 189 años: "Cuidado con la tristeza; es un vicio".

Las alegrías de este año van a estar muy mermadas. Muchas empresas han suspendido la tradicional comida de Navidad; otras la celebrarán, pero pagando a escote todos los comensales. Igualmente, las cestas aquellas de pata negra brillan por su ausencia. Pero los ciudadanos se montan por su cuenta celebraciones al margen de las oficiales. Durante estos días hay en Madrid miles de cuchipandas privadas. Como el dinero no da para más, casi todas ellas tienen lugar en domicilios privados. Asistí esta semana a una de esas comilonas a base de cocido madrileño. Empezó a las dos de la tarde y terminó a las tres de la madrugada en paz y camaradería, sin borracheras reseñables y sin que nadie aguara la larga y distendida reunión.

Hoy celebra otro grupo de amigos una de esas comidas pantagruélicas y privadas para conmemorar a Concha Piquer, que murió tal día como hoy hace 20 años en su casa de la Gran Vía. Durante la velada se escucharán canciones de la Piquer y se verán vídeos y películas de la mejor de las tonadilleras, quizá la última. La Piquer cantó mucho a Madrid; bastantes sienten predilección por Las coplas de Luis Candelas.

Comamos y bebamos, que mañana moriremos, señoras y señores. Y a quien Dios se la dé, que san Pedro se la bendiga. Esta columna desea a todos ustedes algo parecido a la felicidad. Un abrazo.

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