Una Liga de sainete
El caos organizado con el partido Osasuna-Barça revela una vez más la arbitrariedad federativa y el desorden de un campeonato cuya reputación se limita a lo que sucede en los campos
La Liga de la selección campeona europea y mundial es incapaz de ordenar con coherencia su propia cartelera. La Liga del país que aspiraba ni más ni menos que a ser sede de la Copa del Mundo en 2018 resulta esperpéntica para organizar un solo partido. La Liga que da amparo a los tres grandes favoritos al Balón de Oro (Iniesta, Xavi y Messi) monta un sainete con un secretario federativo al teléfono, un equipo de élite que intenta negociar por su cuenta la hoja de ruta y otro más modesto concentrado en un hotel sin voz ni voto. Una Liga en sanfermines, un bochorno planetario que revela una vez más la arbitrariedad federativa, como la de esos comités que apadrina y que sancionan como veletas, a capricho.
Rosell volvió a dejar solo a su técnico ante un conflicto institucional
Por Messi merece la pena esperar; por Osasuna y todos los demás, también
El circo montado por la federación tras el guiño del Barça, que forzó demasiado las cosas, también destapa la abstención de Sandro Rosell, por ahora presidente azulgrana por elección, no por acción. Como ya ocurriera en el caso de los premios Príncipe de Asturias, de nuevo Rosell se quitó del medio en un conflicto y dejó toda la portavocía a Pep Guardiola, que lo mismo ejerce de entrenador que se ve obligado a asumir el mando de la institución. Nada se supo de Rosell durante el rocambolesco episodio del sábado. Hasta el punto de que su técnico, crispado como nunca, llegó a pedir socorro a los suyos. El presidente no amaneció hasta ayer, cuando ya el equipo había soportado en soledad todas las lanzas. Si como dijo por carta, fue él personalmente quien hizo las gestiones con la federación, ¿por qué no presidió el caso ante la opinión pública? Por lo que se ve, así funciona ahora este Barça, que ha pasado de un intervencionismo, en ocasiones exagerado, de Joan Laporta al mutismo habitual de Rosell. El Barça, por lo que representa y ha ganado, necesita tener una institución de similar fortaleza a ese equipo universalmente admirado. Lo mismo que el fútbol español precisa unos rectores en la Liga y en la federación que sean capaces de entronizar el torneo. Hoy parece que los intereses de la Liga se deciden en un camarote, sobre una mesa camilla a la que no se sabe muy bien quiénes y por qué se sientan. Y, aún peor, nadie suele dar explicaciones, ya sea respecto al calendario, los negocios de algún operador o las sanciones. Hasta el extremo de que un presidente federativo con 22 años en el cargo no subraya en su agenda que tenga que expresarse en público antes y después de las votaciones de sus compañeros de la FIFA para fijar la sede de un Mundial al que aspira España y en cuyo deseo se ha implicado hasta el Estado. Ángel María Villar solo habla con los de su condición, esos honrados, dice él, que le negaron los votos.
Nada importa la clientela, los espectadores. Por un tinglado de intereses y con el caos reinante en los despachos, las aficiones no saben hoy cuándo jugará su equipo en un par de semanas. Por lo visto en Pamplona, ya ni siquiera saben en el día si habrá partido y a qué hora. Unas veces les sobresalta un presidente autonómico que hace coincidir las elecciones con el gran clásico, otras los intereses de ciertos operadores y, por si faltaba algo, una huelga salvaje de los controladores aéreos.
Por fortuna, por Messi y otros muchos merece la pena esperar. Pero por Osasuna también. Y lo mismo por todos los clubes que se las han tenido que apañar para cruzar España y acudir a su cita reglamentaria. El Barça quiso jugar su partido y se fio del cómplice antojo de un secretario federativo. Lo pagaron los aficionados y lo pagó Guardiola, fuera de sí. Sin noticias de Villar ni de José Luis Astiazarán, el presidente de la Liga. Por toda respuesta, una simple carta de Rosell con retraso.
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