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Columna
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Tigre y raposo

Celebran unánimemente los medios gallegos y casi todo el arco político y social el reciente matrimonio de conveniencia entre Caixa Galicia y Caixanova. El presidente Feijóo pone su mano sobre los contrayentes como el juramento de Carlomagno y por doquier se habla de un capital gallego y del último match ball salvado por este país antes de afrontar la fase final de la Operación Triunfo. Y ya digo mientras nieva por encima de los 400 metros que no quiero ser aguafiestas, pero todo eso más que alegrarme me entristece, me entristece que algunos vuelvan a creer en los parches de la bicicleta capitalista y que, aun después de haber soportado con indignación los tejemanejes financieros ya descritos, se congratulen del banquete entre dos ejemplos más del riesgo, de la especulación y de la usura, por gallegos que sean estos.

Algunos jalean la fusión de las cajas como si de ahí a la salvación hubiera un solo peldaño

Dicho así, parece que uno no creyera en este sistema, y efectivamente es así, pero tampoco vayan ustedes a pensar que mis misiles ideológicos se alinean con Corea del Norte. La cosa está tan crispada que no hay medias tintas. De un lado los de la hucha (casi todos), del otro unos cuantos románticos más o menos exaltados entre los que cabe contar a algunos premios Nobel (Krugman), eximios pateadores (Cantona) o nuevos filósofos heterodoxos (Naomi Klein). No es tan sencillo estar en contra. Rotundamente, no. Lo que pasa es que de aquí a un par de años se habrán despedido a unos buenos centenares de trabajadores, habrán cerrado unos centenares de sucursales que daban un servicio de cercanías y la gran boda gallega se consumará con la fundación de un banco que olvidará, si no se ha olvidado ya, esas migajas de obra social que solían adornar el desempeño de estas gentes y en el que cabían por igual apoyo a discapacitados como exposiciones de Man Ray, teatros flamantes y pirandellos de importación. Con que allá, dentro de cinco años, hablaremos casi con nostalgia de aquellos tiempos de la libretita de ahorros y del director de sucursal en el pequeño municipio donde realmente cumplía una función, no en la ciudad donde el dinero corre y es gaseoso, donde se paga por respirar y la liquidez tiene un comportamiento de emirato árabe.

Tras la errática política de la Unión Europea y su novela con el euro, tras el varapalo a las reformas del sector público emprendidas por Barack Obama, tras el ascenso puritano de Angela Merkel como ángel benefactor del nuevo milagro alemán, uno se pregunta hasta dónde llegará la comprensión y la tolerancia, la resignación cristiana hacia esta bestia peluda que no deja de lucir su jeta del que primero se infla a ganar dinero y que, cuando palma, reclama a la caridad pública una pequeña ayudita para seguir tirando. La nueva criatura bifronte del capitalismo gallego no es ni más ni menos que como todas las demás, no se crean que aquí el dinero tiene un olor especial; la nueva criatura bifronte tendrá que batirse el cobre donde se baten todos los demás actores de esta gran jauría que pisa los parqués bursátiles; la nueva criatura bifronte no tendrá más compasión o menos si la empresa o el pagano son de Monforte o de Cacabelos, de Mugardos o Villanueva de la Serena, porque no hay democracia tan acabada como la del interés. Pero, cierto es, que esta pataleta de ahorcado y otras miles que corren por los foros sólo quedarán en armas de conmiseración masiva, como si muchos meáramos ya fuera del sistema desde que hemos venido al mundo a ver en unas cuantas jornadas que muchas revoluciones socialistas han fracasado, es innegable, pero el capitalismo es una epidemia consentida por ese conciliábulo de doctores, ONU incluida, que no duda en achantar con China, porque el mercado manda más que las ejecuciones y las violaciones de los derechos humanos, habida cuenta de que el percal de esta parte del imperio está más tieso que el Frente Polisario.

Pero no, parece que hay interés en celebrar la boda de las cajas confederadas como si fuera el Estado de Texas en rebeldía. Parece mentira pues que algunos jaleen este nuevo proceso económico como si de ahí a la salvación hubiera un solo peldaño y se diga que las cosas del dinero van a ser distintas con esta fusión de atmósfera reductora entre la Galicia del Norte y la del Sur. Todo lo más es que se reducirá la contabilidad y la complejidad, se abaratará el despido y se aligerará la toma de decisiones y al menos el nombre de Galicia figurará de alguna manera cuando suenen las trompetas del juicio monetario y solo quede la memoria del tigre celta y del raposo gallego.

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