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Columna
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El hundimiento

Después de una campaña exhaustiva de más de un año, milimetrada, impecable en la ejecución, con objetivos claros, un candidato humanizado y presidencial a la vez y una puesta en escena amable, CiU ha convencido a los votantes de su capacidad para gestionar la situación. Lo realmente difícil para Artur Mas empieza ahora que deberá mantener la confianza mayoritaria en su proyecto a pesar de la gravísima crisis económica y la crisis permanente de identidad. La formación de su gobierno será indicativa de la sinceridad del mensaje sobre una apuesta inclusiva y poco dogmática que exhibió en campaña.

Entre los socialistas es momento de llanto y crujir de dientes, como si no hubieran visto venir el hundimiento.

La crisis de los socialistas catalanes es ideológica, de proyecto y de liderazgo y se puede saldar en falso

El Gobierno tripartito no ha sabido encarnar un proyecto de izquierda catalanista, defraudando y perdiendo así una oportunidad histórica. La falta de un objetivo común se visualizó en un reparto de áreas en las que algunas irresponsabilidades e incompetencias reiteradas no pasaron factura política y acabaron desprestigiando el trabajo del conjunto. El silencio del presidente se tradujo en falta de autoridad y en un gobierno frágil y vapuleado. José Montilla mantuvo su compromiso con el pacto adquirido con sus socios y su lealtad hasta el final. Pero el precio será una larga temporada en la oposición o, como dice un alto cargo socialista "ver la próxima victoria de la izquierda en Torremolinos de viaje con el Imserso".

Los datos del hundimiento son llamativos. CiU ha ganado en 921 municipios de Cataluña de los 947 existentes; el PSC ha obtenido más del 20% de votos en tan solo seis de las 41 comarcas; en 12 de los 19 municipios del área metropolitana el PSC ha quedado detrás de CiU, y en tan solo un distrito de la ciudad de Barcelona han ganado los socialistas.

El PSC puede quedarse noqueado como quedó CiU después de su fracaso durante un largo tiempo, ir a la deriva y esperar el choque del tren en las municipales y las generales o intentar salir de la depresión y hacer una sincera, descarnada y útil lectura de los errores cometidos.

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La crisis de los socialistas catalanes es ideológica, de proyecto y de liderazgo, lo que se puede saldar en falso si se actúa precipitadamente. Pero escudarse en el formalismo de que un Congreso se tiene que convocar con cuatro meses de antelación y dilatar en el tiempo una reacción al mensaje ciudadano pasa por dar por perdida la alcaldía de Barcelona, como se dio por perdida la Generalitat antes de la campaña. Las decisiones tomadas hasta el momento abren una átona etapa de interinidad gestionada con dignidad pero prevista para no solucionar nada a corto plazo. Nadal e Iceta paran el golpe para evitar que la número dos en el Parlament, Montserrat Tura, ocupe el liderazgo.

La crisis económica y las incapacidades del Gobierno no han sido el único factor de desgaste. La aprobación del Estatuto y la sentencia del Tribunal Constitucional han ampliado la base soberanista en Cataluña y la percepción de que no hay interlocutores para los que defienden la visión federal de España. El presidente Montilla no podía liderar la Cataluña posterior a la manifestación de julio después de demostrarse la falta de liderazgo y de condicionar al PSOE.

Los socialistas catalanes deben buscar ahora a su Millband y aclarar si quieren ser como Carme Chacón, con su Felipe y su visión optimista del Estatuto cepillado, o como Tura o Castells; o como ninguno de ellos y pensar si dan una oportunidad real a sus jóvenes cuadros o los utilizan una vez más solo como cartel electoral; si defienden posiciones económicas próximas a los sindicatos o a su sector más liberal; si se renuevan o se diluyen en la irrelevancia en Cataluña; si se encastillan en cada vez menos municipios u optan al Gobierno del país y en ese caso de qué país; si en realidad tienen alguna capacidad de liderazgo para influir en el PSOE o se resignan al papel de comparsa mientras en Ferraz respiran ilusamente aliviados.

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