Cuando gana el fútbol
Cuando la propaganda dejó paso al fútbol, arrolló el Barça, infinito por ahora, ni siquiera al alcance de la verborrea de Mou y sus múltiples portavoces, desclasificados, él y ellos, en el gran clásico. No hubo otro Madrid que el de los alerones de Cristiano y Carvalho, el de la impotencia final de Ramos y otros, poca cosa para medirse a un Barça que fue el Barça, que discutió el partido desde el arranque a partir de la pelota, del fútbol. Y ganó el fútbol, una vez más. El equipo azulgrana no se dejó desquiciar por un adversario que nunca quiso discutir en el césped, timorato de entrada, arisco después, un monigote más tarde, desnortado al final. Nada que ver con ese Madrid avasallador de las jornadas precedentes, en muchas faenas afeitadas.
Sin polémicas, sin teatros, el Barça hizo del Madrid un títere
Quizá Mourinho consiga el último plano, pero el juego no le pertenece por ahora
Llegado el clásico, fue un Madrid aún peor que el de las últimas temporadas, las de Capello, Schuster, Juande o Pellegrini, por más que Mourinho cope más portadas a favor. Un títere de un Barça que le dio una soberbia lección futbolística, sin polémicas, sin teatros, hasta con un árbitro a la altura del día del fin del mundo, por mucho que Mou le pusiera en la diana en las vísperas. Solo fútbol, el que domina este Barça, A cobijo en el banquillo, no hubo partido de Mou. Juegan los jugadores y es hora de que algunos entrenadores diserten sobre fútbol, ni más ni menos. Donde no llegan los técnicos están los futbolistas porque el fútbol les pertenece a ellos. Ya debería saberlo todo técnico. Que algunos no se empecinen en aparecer como trinitarios. Ni siquiera la goleada recibida anoche vaticina un Madrid a la intemperie, pero todo indica que para que este Barça capitule no hay otro remedio que vencerle con la pelota. No basta con el atrezo mediático. Ni siquiera con el Madrid puro del primer acto en el Camp Nou. Tampoco con el interizado Madrid de Lass por Özil. El fútbol era del Barça, no de los pizarristas. Suele ocurrir.
Anoche, en el tiempo verdadero, el de los jugadores, con Mourinho sin focos, el Barça no se desnaturalizó ante el eco de su rival. El Madrid nunca tuvo un plan, o si lo tuvo no se aplicó, sometido de principio a fin por un contrario con un gen inalterable. El tuétano del Barça, un equipo cuya autoría está muy repartida, de La Masía al Camp Nou, del dream team al Pep team. El Madrid de Mou aún es germinal. Su obra, si se concreta, todavía es un borrador. No hay, no ha habido, entrenador que se anticipe al fútbol. El fútbol es de los jugadores y, caso del Barça, en ocasiones estos se entregan a una partitura determinada. Ellos imponen su papel y el míster les apadrina. No es al revés. Por eso no hay tampoco un Barça de Guardiola. Hay un Barça, por mucho que se entrene a su antojo, como antes lo hizo al de Cruyff, Van Gaal o Rijkaard. Lo sabe Pep, que siempre exhibe a sus jugadores, convencido de que sin ellos no es casi nadie. El Barça ha sobrevivido a cada técnico, la obra se ha ido perfeccionando. El Madrid hace tiempo que tiene prisa, le pueden las urgencias, cada técnico es solo una nueva secuencia de una película sin fin, por mucho escaparate que esta tenga. Quizá Mourinho consiga el último plano, pero le falta tiempo. No es una excusa. Simplemente, el juego no le pertenece por ahora. Eso es cosa del Barça. Del Barça de memoria, la de Xavi, Iniesta, Messi, Pedro, Villa, Valdés... Ese equipo en el que, como anoche, su estrella se pone al servicio del recién llegado: Messi, mosquetero de Villa. Nada que ver con Cristiano, otra vez invisible en el Camp Nou. Por ahora, al Barça le gana el fútbol mientras el Madrid está en manos de Mou, no en sus pies. Lo contrario de Guardiola, a los pies de sus chicos.
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