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Reportaje:Economía global

Condenados a innovar

Israel apuesta por la tecnología para consolidarse como economía y como Estado

David Fernández

La residencia oficial del presidente de Israel es austera. En este búnker destaca un coqueto jardín donde la estrella es un olivo centenario en cuyo tronco ha crecido una higuera. Este fenómeno ha surgido de forma espontánea, pero bien podría servir de metáfora para explicar la clave del rápido desarrollo económico de este Estado con tan solo 62 años de historia: la innovación. "No tenemos agua, no tenemos tierra, no tenemos petróleo. Hemos apostado por ciencia y tecnología", reflexiona Simón Peres en un reciente encuentro con periodistas españoles. Con la experiencia que le dan sus 87 intensos años, el presidente israelí cree que la crisis ha validado el modelo económico de su país. "Tenemos un sistema financiero saneado y bien regulado. Nuestro crecimiento está en los laboratorios, no en la Bolsa. El origen de los males de Wall Street se debe a que había mucho dinero y pocas ideas", argumenta mientras da sorbitos a una taza de té.

"El crecimiento está en los laboratorios, no en la Bolsa", dice el presidente Peres
El gasto en I+D alcanza el 4,1% del PIB, uno de los más altos del mundo

En los tres años que dura la Gran Recesión, Israel ha logrado capear las dificultades. En 2008 el PIB creció un 4%, en 2009 (el peor año de la crisis) la economía avanzó un 0,7% y para 2010 la previsión oficial fija un alza del 4,1%. Esta resistencia ha permitido contener la tasa de desempleo por debajo del 8%. "Si la fase de crecimiento continúa, es probable que alcancemos el pleno empleo. La clave es la flexibilidad de nuestro mercado laboral", señala Stanley Fischer, gobernador del Banco de Israel.

Este economista con experiencia en organismos internacionales (Banco Mundial y FMI) afronta su segundo mandato al frente del supervisor israelí y, pese al buen balance de la economía nacional durante la crisis, no oculta que hay importantes desafíos por delante. Uno de ellos es el vertiginoso crecimiento del sector inmobiliario. En dos años el precio de los pisos ha aumentado casi un 40%. "Todavía no estamos ante una burbuja inmobiliaria. Entre 1997 y 2007 el valor de los inmuebles cayó con fuerza, y ahora el precio de los pisos lo que ha hecho es recuperarse de esta fase. Sin embargo, no podemos negar que es algo que nos preocupa, ya que tiene un claro impacto en la inflación", apunta Fischer.

El auge inmobiliario israelí se ha beneficiado de unos tipos de interés inusualmente bajos. El precio del dinero llegó a estar durante un semestre al 0,5%. Desde septiembre de 2009 se empezó a encarecer la financiación y actualmente los tipos están en el 2%. Si la subida del IPC sigue presionando, al Banco de Israel se le planteará un dilema: llevar antes de lo previsto los tipos de interés al nivel que considera "normal" (entre el 4% y el 5%) o retrasar cuanto pueda esta decisión para no cercenar la renta disponible de los hogares (la inmensa mayoría de las hipotecas están contratadas a tipos variables) y para no seguir fortaleciendo la moneda local.

La fuerte apreciación del shekel frente a otras divisas (desde julio se ha revalorizado un 6% frente al dólar y un 11% en el año frente al euro) es un serio problema para Israel, ya que más del 40% de su PIB son exportaciones. "Hemos estado interviniendo en el mercado para intentar suavizar esta tendencia. En dos años casi hemos triplicado nuestras reservas de dólares", dice Fischer.

Con solo siete millones de habitantes y un contexto geopolítico que le impide tener relaciones comerciales con sus países vecinos, Israel ha apostado por la educación, por el capital humano, como factor diferencial. El gasto en I+D alcanza el 4,1% del PIB, uno de los más altos del mundo. La formación de los israelíes es una de las razones por las que 230 empresas extranjeras hayan decidido desarrollar centros de investigación en este país, dando empleo a más de 35.000 personas.

Una de las claves de este modelo económico es la estrecha vinculación entre el ámbito universitario y el empresarial a través de sociedades que hacen de enlace entre ambos mundos y que buscan financiación para desarrollar proyectos académicos que tengan opciones de convertirse en futuros negocios. Una de estas instituciones es Yissum, cuyo ámbito de actuación es la Universidad Hebrea de Jerusalén. "Somos muy conscientes del valor comercial de la universidad científica. Nuestra misión es convencer a los inversores del potencial económico de la Universidad y, al mismo tiempo, no prostituir el espíritu universitario", señala Renee Ben-Israel, portavoz de Yissum.

Otra de las herramientas de Israel para fomentar la innovación y dar apoyo a los emprendedores es a través de las incubadoras empresariales. Actualmente existen 24 incubadoras bajo cuyo paraguas se desarrollan en total 200 proyectos. La financiación es mixta (pública y privada), y en cada proyecto se invierte entre medio millón de dólares y un millón. Una de estas incubadoras, Kinrot Ventures, tiene su sede en un kibutz próximo a la ciudad de Nazaret y está especializada en fomentar iniciativas relacionadas con el sector del agua. "El agua es como la bella durmiente. Ahora todo el mundo ha descubierto su lado más sexy. En Israel, el 75% del consumo está basado en agua reutilizada. No es que seamos más listos, es que no nos queda otra alternativa", indica Assaf Barnea, consejero delegado de Kinrot.

Aparte de con la elevada cualificación de los trabajadores israelíes, el Gobierno quiere incentivar el desembarco de multinacionales extranjeras con un ambicioso programa fiscal. En estos momentos el Parlamento debate una sustancial rebaja del impuesto de sociedades. La propuesta consistiría en recortarlo del 24% al 12% para las empresas que abran plantas en el centro del país y al 8% en las zonas de la periferia.

La apuesta por un modelo económico basado en la tecnología y la innovación exige mantener un nivel elevado y constante en la formación de sus ciudadanos. "En el largo plazo, uno de los problemas más graves al que nos enfrentamos es la caída de la calidad en el sistema formativo. No es una cuestión baladí para un país que depende tanto del capital humano", reconoce Fischer. El reto educativo del país reside en la compleja estructura de la población (árabes, judíos laicos, judíos religiosos...). El 10% de los ciudadanos son ultraortodoxos, que solo estudian las sagradas escrituras, tienen un bajo nivel de consumo, reciben ayudas públicas y no hacen el servicio militar. "Hemos sobrevivido 60 años sin que ayuden a garantizar nuestra seguridad, pero no aguantaremos otros 60 sin que sean productivos económicamente", denuncian fuentes gubernamentales.

La economía israelí no es ajena al conflicto con los palestinos. Algunos empresarios se lamentan de la imagen distorsionada que se da en el exterior de Israel y aseguran que los prejuicios dificultan hacer negocios fuera, especialmente en Europa. "En algunos países hemos perdido oportunidades de negocio por el simple hecho de ser una empresa judía", advierte Avner Shacham, presidente de Bet Shemesh, dedicada a la fabricación de componentes para la industria aérea.

La especial situación de Israel hace que tenga que dedicar el 10% de su presupuesto al área de Defensa. Un acuerdo de paz estable y duradero añadiría dos puntos porcentuales al crecimiento potencial de la economía (actualmente es el 5%), según cálculos del Banco de Israel. El salto vendría de la mano de la llegada de nuevas inversiones al país y no tanto por la reactivación comercial con sus vecinos. "Llegar a acuerdos en una negociación se asemeja al proceso por el cual nos enamoramos y en el que es necesario cerrar un poco los ojos", reflexiona Simón Peres. En este país conviven olivos e higueras, pero por el momento la convivencia pacífica entre pueblos se antoja más difícil. -

Paneles solares en el kibutz Kvutzat Yavne, en Israel.
Paneles solares en el kibutz Kvutzat Yavne, en Israel.REUTERS

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Sobre la firma

David Fernández
Es el jefe de sección de Negocios. Es licenciado en Ciencias de la Información y tiene un máster en periodismo por EL PAÍS-UAM. Inició su carrera en Cinco Días y desde 2006 trabaja en EL PAÍS, donde se ha especializado en temas financieros. Ha ganado los premios de periodismo económico de la CNMV, Citigroup, Aecoc y APD.
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