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Columna
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Holmes

Carlos Boyero

Hay lecturas de adolescencia o de juventud cuyo recuerdo es tan grato, asociadas al placer del descubrimiento, refugio impagable contra las desventuras del mundo y mordiscos de la soledad, a las que es preferible no volver por si aparece la temible decepción. Sin embargo, afronté esa posibilidad releyendo hace unos años todas las aventuras de Sherlock Holmes en una edición primorosa, agrupadas en un tomo, prologadas y anotadas con tanto conocimiento como amor. Constaté para mi tranquilidad y mi gozo que el clima, el misterio y el encanto permanecían intactos. Tal vez uno haya cambiado para bien, para regular o para mal, pero esa escritura me provocaba idéntico gozo que la primera vez.

Y te provoca recelo cualquier nueva recreación de esos personajes. En literatura, recuerdo con especial gratitud el nada disparatado encuentro entre Holmes y Freud que imaginó Nicholas Meyer en Elemental, doctor Freud. En cine, Billy Wilder logró el mayor fracaso de su carrera imaginando algo tan improbable como a Holmes enamorado y traicionado, acompañada su tragedia por los violines gimientes y profundos de Miklos Rosza en la extraña, agria y lírica La vida privada de Sherlock Holmes.

En consecuencia, me echo a temblar antes de ver el primer episodio de la serie Sherlock, emitida por TNT, en la que han trasladado a Holmes y a Watson desde su época inequívocamente victoriana al Londres actual. El mosqueo se me pasa rápido. Sus creadores han buceado con inteligencia y respeto en las personalidades que imaginó Conan Doyle; los diálogos son brillantes, la trama también. Watson es un médico militar herido en la guerra de Afganistán que se atreve a preguntarle al deductivo y antisentimental Holmes algo tan osado como: "¿Tiene usted novia o novio?". Holmes intenta combatir el aburrimiento con parches de nicotina en una ciudad que ha crucificado al tabaco.

Por ahora, no hay noticias de que se inyecte cocaína al 7% en una disolución acuosa, pero sospecho que todo se andará, porque el inspector Lestrade le amenaza con un registro de drogas en su casa de Baker Street. Tampoco han aparecido la niebla y la lluvia. Pero sí un asesino en serie que consigue que sus víctimas se suiciden. La cosa promete. Holmes es inmortal.

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