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ELECCIONES CATALANAS | Faltan 3 días
Columna
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'Alea jacta est'

A menos que la nueva promesa planetaria lo impida, esto está sentenciado. O Kim Jong-un nos alcanza con alguno de sus relucientes misiles o la campaña electoral se ha acabado y las perspectivas no son otras que una holgada victoria de Convergència i Unió.

El último capítulo todavía abierto de la campaña era el cara a cara entre los dos principales candidatos a la presidencia de la Generalitat. La reacción airada de Artur Mas tras el debate de los seis candidatos evidenció que el desenlace del cara a cara no estaba escrito y que había posibilidades de que el candidato favorito cometiera errores que perjudicaran la imagen que se ha trabajado. Muchos no entendían el órdago de Montilla de ofrecer el cara a cara en el último momento porque en su imaginario el debate en mayúsculas responde al esquema Kennedy-Nixon.

La prohibición del debate Mas-Montilla pone en evidencia las carencias, en lo que a calidad se refiere, de la democracia española

¿Por qué el candidato a la reelección debía enfrentarse a un contrincante más locuaz y de imagen perfecta? Pero la cuestión es que el cara a cara también podía parecerse al celebrado entre George W. Bush y Al Gore en el que se impuso la imagen del patoso pero empático hombre hecho a sí mismo, a la del candidato teóricamente perfecto. Pero los ciudadanos se quedaron con las ganas de comparar las principales ofertas políticas porque, ignorando las bajas perspectivas de participación, la Junta Electoral demostró las evidentes carencias de la democracia española en lo que a calidad se refiere. Con la ayuda de ERC, el PP y Ciutadans, que plantearon el recurso, los miembros de uno de los organismos más inútiles y politizados de la escandalosamente partidista justicia española tomaron una decisión nada acorde con los tiempos y contraria a los intereses objetivos de la mayoría de los ciudadanos. La censura del cara a cara entre Mas y Montilla pone en evidencia los vicios de aquella transición que ahora merecemos que sea superada con un sistema político más transparente, más ágil y que sitúe en el centro al ciudadano y no a los partidos.

Los votantes de Cataluña pudieron formarse una opinión el domingo con un interesante debate a seis bandas, mientras que en las legislativas lo hicieron con un cara a cara entre Felipe González y José María Aznar, y José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, una posibilidad que ahora se impide que sea trasladable a un interesante Montilla-Mas. De este modo la campaña se mueve entre el tedio y la anécdota de orgasmos y toallas, perdiendo de vista la categoría del debate y las propuestas.

La censura del cara a cara es una anomalía democrática como lo es la imposición de los bloques electorales y la cantidad de tiempo que los profesionales de los informativos públicos se ven obligados a dedicar a explicarles a los ciudadanos lo absurdas que son las medidas que les imponen en esta especie de estado de excepción informativo. Son condiciones aprobadas por representantes de los partidos elegidos con otros criterios que los estrictamente profesionales. El caso es que la información de campaña ha permitido oír vociferar en la televisión pública a un racista entre un público rapado luciendo esvástica y al mismo tiempo se ha impedido un rico debate ideológico entre los dos únicos posibles candidatos a la presidencia. También ha permitido ver al presidente de una caja de ahorros que se permite hablar de la despolitización de estas entidades, mitinear para la candidata del PP, como si nada.

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Ted Sorensen, a quien el presidente Kennedy calificaba de su "banco de sangre intelectual", extrajo 13 lecciones de la campaña norteamericana de 1960, publicadas hoy en el último número de una revista especializada. Sorensen, recientemente fallecido, recomendaba descansar, salud y dominar los temas y las flaquezas del adversario antes del debate. Aconsejaba también una relación franca, accesible y basada en el buen humor con la prensa, y no en la suspicacia y el secreto. Aprendamos aunque sea con 50 años de retraso y el mundo fuera entonces en blanco y negro.

Esther Vera es periodista.

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