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Columna
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Aute fue perro en otra vida

Luis Eduardo Aute tuvo el viernes charla electrónica con los lectores de EL PAÍS. Una persona le preguntó por su opinión sobre los perros. El artista contestó así de claro: "Estoy convencido de que en otra vida fui perro. Y creo que también lo seré en mi próxima reencarnación". Esto quiere decir que el autor de Al alba pertenece a la escuela pitagórica y a sectores del pensamiento indio que están convencidos de la metempsícosis, la transmigración de las almas.

Desde su observatorio de la Fuente del Berro observa la vida con mirada de perro bueno, entrañable, perplejo. Seguro que él era uno de los protagonistas del cervantino El coloquio de los perros, no sé si Cipión o Berganza. Él sabrá.

Mañana presenta en el teatro Nuevo Alcalá su último trabajo, Intemperie. Hay expectación porque él no se prodiga demasiado en los escenarios. Es un perro tímido e independiente. Pero siempre ha estado donde hay que estar, solidario, amable, discreto, artista. Es mucho más que un cantautor. Es pintor, poeta, cineasta y conversador ameno con un sentido universal del humor y del amor. Tras esa mirada amable y sosegada hay un volcán. Si hubiera nacido en Madrid, seguramente sería un gato a la intemperie.

La primera lengua que habló fue el tagalo en su Filipinas natal. Cuando llegó a Madrid con 13 años, su padre le enclaustró tres meses en un hotel de Gran Vía con un profesor de castellano. El chico salió un alumno muy aventajado. Maneja nuestro idioma de forma exquisita y certera. Juega con las palabras como nadie. Las dos canciones de amor que más me han impresionado en la historia de la música son Ne me quittes pas, de Jacques Brel, y De alguna manera, de Luis Eduardo Aute.

Esta columna no es un panegírico. Es, simplemente, una constatación. ¿Cómo será la intemperie de Aute?

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