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Columna
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Porcelana y memoria

He aquí el horror: en el salón de una casa española, la hija adolescente colabora en las tareas del hogar. Suenan Alejandro Sanz o Maná de manera indistinta; suenan canciones que parecen de uno y de otro, pero las canta el de más allá, que no es ninguno de los anteriores, y ella limpia con mimo y paños de camiseta vieja las figuritas que la madre colecciona. No tiene walkman, no tiene discman. Todavía no existe -créanlo, que hubo un tiempo- Spotify: la adolescente soporta los éxitos más nuevos de la radio, lustros después cantará esos estribillos demasiado tarde y con demasiada alegría. Es el horror en un salón con fotos de niñas disfrazadas de princesa. Jarroncitos de porcelana en el anaquel, florecitas de porcelana en los jarroncitos, animales diversos -sobre todo elefantes con la trompa hacia arriba: garantizan fortuna-, un zoológico y un jardín botánico y un juego de café compartiendo mueble, gustos de madre universal que propiciaron el minimalismo. He aquí el horror: la hija que bosteza y, un sábado español por la mañana, frota más limpio.

Modernidad equivale a mucha anchura y mucho cemento, piedra imitada por todas partes

Con los años y la distancia, la hija rediseña el plan museístico del salón familiar, a la manera española, con tomate y jamón: un sábado por la mañana desayuna en su propio sofá, analiza los libros de sus estanterías, recuerda que de ser ese sofá el sofá de sus padres a ella la contemplarían los brillantes perros del mundo. Piensa y descubre que ha olvidado los colores de los adornos, y el orden y concierto de los jarroncitos, los perritos y los gatitos, los platitos; la hija se sacude las migas y pasea. La elipsis y ella caminan hacia el centro de la ciudad en la que ahora vive: allá donde se dirige, ¿hay una fuente? No está segura, y pregunta; él tampoco sabría decir si los turistas se sientan ahí o en unos bancos, ni dónde las estatuas, ni dónde la administración de lotería. ¿Allí, y no en Gran Vía?

Casi todo lo que la hija recuerda está cubierto de polvo: las figuritas, los lugares emblemáticos desde que llegó a la nueva ciudad. Construye su memoria con lo que ha vivido, apostilla Perogrullo, y en ella no existen imágenes anteriores a la Puerta del Sol tras las remodelaciones, sino que esa plaza -¿es una plaza generosa, o es una excusa para un intercambiador?- se identifica aún con algo escondido tras las vallas, tal y como la descubrió al bajar del tren; y algo parecido ocurre con Serrano, por ejemplo, que en lugar de calle casi avenida, pero calle al fin y al cabo se llamaba, más bien, lugar que debía evitarse si obligaba la prisa. Así: en el siglo XIX se abría un caracol, en la posguerra una boutique de zapatos con suela roja. Frente a esa galería de Picasa que se nos guarda en la cabeza, en la vida real cambia la película: ocurra lo que ocurra, nada permanece. Ni baba ni tacones: porcelana y memoria. Consulten los diccionarios de sinónimos, y comprueben que modernidad equivale a mucha anchura y mucho cemento y mucho carril, piedra imitada por todas partes: ese algo servía dos décadas antes, no ahora. Descarten los lavados de cara, las puestas a punto: borrón y cuenta nueva. ¿Lo necesitamos? ¿Nos renta? Pues no, pero deben borrarse las huellas del otro, lo que remita a quien nos precedió; enviar la historia a los libros y museos, rebajarla de las calles.

Siempre hay una obra en nuestro barrio, algún solar vacío, alguna señora que no madruga por gusto, sino porque el albañil -créanlo, que hubo un tiempo- lo impone. No nos contamos por paisajes, sino por esas obras: el verano pasado la del bloque contiguo, la instalación sin fin del ascensor en tu infancia. La hija desconoce cómo fueron Puerta del Sol y Serrano, ni siquiera la percibe con claridad ahora, pero ha aprendido sus zanjas y desvíos de autobús. Interpreten el margen del periódico como un espacio en blanco, y añadan sus ejemplos: qué fue antes de una manera, cómo es ahora, cuál el proceso, cuál la imagen nítida. Tenemos la memoria de una figurita de porcelana rota: descompuesta en fragmentos que responden mal al superglue.

Se rompe un plato y se tira a la basura y se cambia por otro; si se pierde la imagen no resulta tan fácil topar con un recambio. En Internet se busca y se encuentra el aspecto anterior de la calle de Serrano, de la Puerta del Sol, con menos años y menos encanto: cinco, 10 atrás, medio siglo, hacia el principio de todas las épocas, un Tyrannosaurus rex esperando su turno a unas paradas de metro, en Doña Manolita. La hija pide a la madre una fotografía del mueble, de las tazas de color pastel. La madre la envía por archivo adjunto. La hija enciende el ordenador, descarga la imagen, localiza una banda sonora adecuada a aquellos sábados por la mañana. Los anuncios interrumpen el hilo musical.

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