De compras con Cleopatra
Un helado de dátil y mango; la biblioteca proyectada por el estudio noruego Snohetta; barcas en La Corniche y los restos del mítico faro. Ruta por Alejandría con el recuerdo de Cavafis y Terenci Moix
Como el de Ulises de regreso al hogar, el camino del viajero que decida perderse en Alejandría será una odisea preñada de aventuras, de sabores y colores que se mezclan en una coctelera -azul, amarilla y naranja- en una ciudad cálida y excitante. Uno de sus hijos, el poeta Constantino Cavafis (1863-1933) -cuya casa se ha convertido en museo (1) (Shari Sharm el Sheikh, 4)-, regresó a ella para quedarse, como tantos otros (como Terenci Moix, que es ya cenizas sobre su bahía). Apenas dos horas y media de tren la separan del caos de El Cairo, y sus barrios, cafés y capturas del día bien merecen una escapada de la capital egipcia para llenarse los ojos de Mediterráneo. Relojes a cero y un libro con los poemas de Cavafis: "Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. / La ciudad te seguirá. Vagarás / por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo / y en estas mismas casas encanecerás. / Siempre llegarás a esta ciudad".
10.30 Tranvía al subsuelo
La ciudad de Alejandro Magno, fundada hace 25 siglos, fue una ciudad cosmopolita en la que se mezclaron durante sucesivas historias faraones, romanos, griegos y algunos de los mejores y más decadentes escritores europeos del XIX y el XX. Parte del encanto de esta fascinante urbe de casi cinco millones de habitantes reside en tratar de identificar cada una de esas historias entre los escasos vestigios que aún conserva. Extremismo cristiano, catástrofes naturales y una particular desidia han difuminado el que otrora fuera el puerto más importante del Mare Nostrum y la bisagra cultural entre África, Asia y Europa.
Primera visita: el anfiteatro y los baños romanos (2) y el Museo Grecorromano (3) (cerca de la calle de Gamal Abdul Nasser), toma de contacto con el pasado de la ciudad, un palimpsesto en el que se superponen las culturas. Luego, un destartalado tranvía acercará al viajero a las catacumbas de Kom el Shouqafa (4) (Carmous; acceso: 20 libras egipcias, unos 3 euros). En uno de los barrios más deprimidos se encuentra este laberinto de túneles del siglo II descubierto accidentalmente cuando un burro se precipitó a sus profundidades. Un enterramiento misterioso que recuerda al que recorre Indiana Jones en La última cruzada, y aunque no habrá nazis acechando, será una aventura descubrir en sus rincones a Medusa o unas serpientes barbudas con las coronas del Alto y Bajo Egipto en una mezcla singular de iconografía faraónica y griega. Podremos respirar un poco de aire puro caminando apenas cinco minutos hasta la columna de Pompeyo(5) (que en realidad se erigió en honor de Diocleciano en el año 300), un pilar de granito rojo de 30 metros junto al cual también se puede visitar el Serapeum (1,80 euros). Desde allí, un taxi hasta el fuerte atraviesa los multitudinarios zocos, donde se puede parar a comprar algo de fruta fresca o un zumo de mango.
12.30 Obleas rellenas de miel
Nada como caminar para abrir el apetito. Pero aún es temprano para almorzar y hay que reponer fuerzas. Antes de adentrarnos en la fortaleza mameluca de Qaitbey (6) (puerto oriental; 2,50 euros) podemos comprar un par de frescas (obleas rellenas de miel) o, aún mejor, los deliciosos helados de Azza que encontraremos a nuestra derecha, cien metros antes de llegar al fuerte (El Corniche Road El Mandara, 754). Dátil y mango, melón o, por qué no, cualquiera de sus ofertas más convencionales como el limón o la fresa deleitarán al degustador de helados más exigente. Cremosidad y las mejores materias primas a precios muy populares esperan en la que es la mejor heladería de Iskendereya. Y mientras cerramos los ojos para sentir la explosión de sabor podremos oír a la auténtica ciudad, la que ruge estrellándose en oleadas contra los muros de la fortaleza y se cuela, azul profundo, por las ventanas de la torre principal de la fortificación. De lo que fue no queda nada, apenas el recuerdo del lugar donde se alzó una de las siete maravillas del mundo antiguo: el faro de Alejandría y algunas de las piedras que lo formaron y se supone que fueron recuperadas para la nueva construcción. Aun así es fácil sentarse junto a alguno de sus enrejados y jugar a imaginar el faro o el palacio de Cleopatra bajo las aguas, apenas a ocho metros desde la superficie, desperdigado en bloques y estatuas que guardan los misterios de la amante de Marco Antonio.
14.30 Festín marinero 'low cost'
Las mejores playas de Alejandría se encuentran fuera de la ciudad, aunque el paseo por La Corniche (7) es ineludible, y la arena estará siempre llena de lugareños en el otoño y de cairotas durante el verano. Seguramente no recibirían el distintivo de la bandera azul, pero sí el de rincón pintoresco, con sus pescadores y sus coloridas barcas junto a orondas mujeres rodeadas de una docena de críos. Podemos dejarnos caer frente al mar allí mismo, en el Club Griego (8), o seguir caminando, y, una vez inmersos en el trajín alejandrino, no costará hacerse un hueco entre los locales al otro lado de La Corniche, en una de las mesas del Hood Gondol (9) (calle de Omar Lofty, esquina a Mohamed M. Motwe). Este mítico antro costero es el favorito de los paisanos y ofrece, por alrededor de 25 libras egipcias (poco más de 3 euros), una completa degustación de fresquísimo marisco, almejas picantes, pescado del día a la brasa o en salsa de tomate y cebolla con un consomé que ayude a bajarlo todo, y sus respectivos mezzes de hummus, tahine o ensalada en bandejas rebosantes y apetecibles.
16.30 Submarinismo literario
La Biblioteca de Alejandría (10) custodió una vez todo el saber del mundo antiguo y estuvo a la vanguardia del conocimiento. Un edificio levantado en 2002 recuerda aquella riqueza en sus muros cubiertos con letras y pictogramas de todos los alfabetos conocidos. El proyecto es de Snohetta (que firma también la nueva ópera de Oslo y que cuando ganó el concurso de Alejandría era un joven estudio arquitectónico de Noruega que saltó así a la palestra de forma espectacular). Adentrarse en la nueva biblioteca (www.bibalex.org) es una suerte de expedición buceo-espeleológica. Resulta maravilloso observarla en su grandeza exterior, como un gran navío varado, y aún lo es más situarse en el piso más alto y disfrutar del ir y venir de lectores y curiosos por sus salas mientras se vislumbra el Mediterráneo a través de un inmenso ventanal. También se pueden visitar algunos museos permanentes (muy recomendable el de manuscritos), además del planetario.
19.00 Atardecer frente al Cecil
La plaza de Saad Zaghloul (11), el padre del nacionalismo egipcio, está a un paseo de 20 minutos de la biblioteca. En torno a ella se encuentran algunos de los ejemplos arquitectónicos más logrados del siglo pasado, como la pastelería Dèlices (12), el consulado italiano (13) o los hoteles Cecil (14) y Metropole (15). Entre sus cafés se perdieron grandes de la literatura como William Somerset Maugham, Lawrence Durrell y Edward M. Foster, autores a los que emular o leer frente a una puesta de sol. Después, Cavafis: "Como preparado desde tiempo atrás, como valiente, / di adiós a Alejandría, que se aleja. / Sobre todo no te engañes, no digas que fue un sueño".
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