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Columna
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El reloj de oro

Manuel Rivas

Uno de los jueces supremos que trata de emplumar por procedimiento abreviado al magistrado Baltasar Garzón, en este caso por el asunto de las escuchas ordenadas para desmontar la red mafiosa Gürtel, utiliza en su auto una expresión que pasará a la historia jurídica, al pensamiento pos-heideggeriano y a los diccionarios de eufemismos. El "estrés hermenéutico". Esa sería una de las maldades de Garzón. El haber sometido la ley a un estrés existencial para así poder oír lo que no se debía oír, esas conversaciones de naturaleza metafísica, sobre "el ser y la nada", que mantenían en prisión algunos de los presuntos jefes del tinglado y sus abogados de confianza. La imaginativa expresión acuñada por el instructor Jorge Barreiro es de tal sutileza que merece ser rescatada para definir toda una época. Vivimos la Edad del Estrés Hermenéutico. Hay quien piensa desde la miopía de lo políticamente correcto que los más estresados en estos tiempos de crisis son las personas más pobres, las más sensibles o las más honestas. Pero no. En realidad, quienes más padecen el "estrés hermenéutico" son aquellos que deben mantener un lujoso tren de vida, incluso a costa de correr el riesgo de corromperse. Así, los altos y presuntos beneficiarios, forrados con el expolio de lo público, padecen no solo el "estrés hermenéutico", sino lo que podríamos denominar una "incomprensión ferroviaria", la de aquellos que ignoran el esfuerzo titánico, la dedicación exclusiva, que requiere mantener el dichoso tren. Es muy revelador un detalle que incluye el informe de la investigación sobre el caso Brugal, primo hermano del Gürtel. En el mismo se habla de los dispendios de la esposa de uno de los imputados. Lo que sorprende no son sus gastos mágicos. Lo que de verdad nos conmueve es la queja de la dama a su poderoso marido: se le ha parado el reloj de oro. Vean. Hasta los relojes de oro andan estresados.

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