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Columna
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España

Carlos Boyero

Aseguran las últimas encuestas que si se celebrara ahora ese acto tan civilizado de votar el timón del sufrido barco cambiaría de dueños, que los cansinos e interesados profetas del Apocalipsis se zamparían a los que negaban con la seguridad del estúpido o del cínico que era inminente esa crisis cuya factura pagarían los de siempre. Lo que más sorprende de esa encuesta es que sintiendo el personal generalizada decepción o desconfianza hacia los líderes políticos sigan convencidos de su obligación moral y cívica de pasar por las urnas, que la abstención masiva, tan temida ella por los administradores de la cosa pública, no sea la libertaria protagonista de las próximas elecciones generales.

Sin embargo, no hace falta haber ingerido sustancias químicas para que cualquier cerebro en posesión de limitadas neuronas alucine ante el espectáculo involuntariamente surrealista que acompaña a España pregunta: Belén responde. No es un chiste cuando los politólogos intuyen que esta mujer especializada en la nada chillona, representativa de no se sabe qué, solo imaginable dando vida a una chulapa en un coro zarzuelero, podría ser una temible alternativa si la convencieran para encabezar un partido político, como emblema de las preocupaciones del pueblo llano. Jerzy Kosinski imaginó en su libro Desde el jardín que el señor Chance, un desvalido, analfabeto y ágrafo jardinero podía alcanzar gracias al absurdo la presidencia de Estados Unidos. Es ficción, de acuerdo, pero constatando el fenómeno más psiquiátrico que sociológico de la adicción que sienten tantos millones de cultivado personal hacia la personalidad, el sentimiento, las vivencias y el pensamiento de su adoptada y folclórica princesa, no sería raro que la encumbraran con sus votos para arreglar el mundo, para llevar al Parlamento las auténticas preocupaciones del pueblo llano.

Debe ser agotador, aunque esté millonariamente pagado, pasar cada minuto de tu existencia, como si protagonizaras El show de Truman, que cada acto de tu vida sea exhibido en público. Imagino el alborozo de Rajoy al constatar que el voto de este demencial icono le ayudará a salvar el país. Me cuentan que tuvo mogollón de audiencia, solo superada por las cutres hazañas patrióticas de Viriato. Todo es pasmo y vergüenza ajena.

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