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Columna
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Caixas, segundo 'round'

La fusión habrá sido una estafa si la nueva caixa se ve absorbida o se bancariza

Precisemos, de modo sumario, lo que ha pasado con las caixas: A) se han fusionado, cosa que ponían en duda o que intentaron obstaculizar gentes tan dispares como Abel Caballero, Pepe Blanco o Xosé Manuel Beiras. De momento, para sorpresa de los escépticos, CajaMadrid no se ha quedado con ellas. B) Lo han hecho porque necesitaban la módica cantidad de 1.200 millones de euros del FROB para solventar los crasos errores y dispendios cometidos por los gestores de las dos entidades. C) Lo que más se ha discutido es quién ha perdido más, por aquello de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey, lo que en nuestras disputas entre A Coruña y Vigo -y no sólo- es una verdad axiomática. D) Se ha hecho una Lei de Caixas que movía el banquillo para que hubiese partido y, unos meses después, se la ha puesto en cuarentena para que uno de los entrenadores -Julio Fernández Gayoso- perdure.

Todo ello, mientras en lontananza los auténticos muñidores, MAFO y Salgado, han hecho una Ley bastante trapalleira -la Lorca- en la que abundan las inconsistencias para regular el sector. Lo han hecho de una manera taimada, abriendo la posibilidad de que cada entidad pueda decidir si se convierte o no en un banco por acciones. Lo que desean es que así suceda. Al tiempo, procuran una LOAPA financiera: que el dinero no tenga territorio salvo el de Madrid, porque es sacrosanto y el de Barcelona o Bilbao, porque es inevitable. Visto desde Galicia, se trata de puertas que no deberían abrirse: precisamente porque los recursos del país son limitados es por lo que una entidad financiera propia resulta tan importante.

Lo deseable habría sido que la nueva Lei de Caixas rigiese de inmediato. Pero el Parlamento prorrogó la vigencia de los anteriores consejos de administración tres años más -una eternidad, al ritmo que van las cosas- . Tendremos que esperar a que sus órganos directivos sean más representativos y conformes al interés público. Sería un escándalo que, en ese tiempo de transición, no se mantuviese la galleguidad de la institución o que se diese el paso a su privatización. La fusión habrá sido una estafa si la nueva caixa se ve absorbida por quien fuere o se bancariza. Por otra parte, sus nuevos directivos deberían hacer ostensible que la nueva caixa es una palanca para el desarrollo de Galicia. Los tiempos de la inocencia ya se han acabado. Nadie en Galicia puede ya dejar de escrutar su línea de conducta.

Es más que probable que una segunda oleada de fusiones tenga efecto. Ahora bien, lo único que justifica la existencia de una entidad como la caixa es la vinculación al país y el compromiso con las necesidades estratégicas de su economía. La eficiencia en la gestión, la liquidez y la solvencia son requisitos para estos objetivos, no los sustituyen. La entidad debiera cumplir ciertos roles de banca pública y contribuir a la segunda modernización que necesita el país. Caso contrario, ¿por qué motivo mantener su existencia? Si no aporta nada diferente al Santander o el Deutsche Bank ¿debe existir sólo como marca para cubrir las vergüenzas de sus gestores o propietarios? Parece absurdo.

La modernización de la gestión implica mayor transparencia. Uno de los grandes problemas de la Galicia contemporánea ha sido el modo en que las elites se han constituido como un coto cerrado. No es que a ellas no se hayan incorporado gente de abajo, pero lo han hecho siempre que antes hayan interiorizado las jerarquías. El ascensor, la movilidad social, ha estado más bloqueado de lo que sugiere la percepción general. En El crisantemo y la espada, el libro clásico de Ruth Benedict sobre Japón, se nos cuenta que en aquel país "uno debe aprender, y desde edad muy temprana, la reverencia adecuada para caso particular". Nos parecemos a ellos. Al fin y al cabo en Japón no ha habido nunca un cambio de dinastía gobernante y aquí, una vez pasado el breve efluvio bipartito, tampoco.

Las caixas han sido uno de los vectores de ese inmovilismo. La autonomía de sus directivos en la gestión fue casi absoluta, a pesar de tratarse de meros gestores y no propietarios. Más que a las necesidades de la economía gallega han subvenido a las de empresarios y políticos afines. Sería preciso, desde la independencia, hacer un balance de su gestión realista y no hagiográfico, como se estila. Y prevenir que tal cosa pueda volver a repetirse en el futuro, o que se privatice a beneficio de podemos imaginarnos perfectamente quienes. Por fortuna, hoy la gente tiene más información y recursos y el país, con todas sus poquedades, ya no es el que fue. Tres cosas deben tomar en consideración los nuevos equipos que ahora echan a andar. Una, que somos un país pequeño en el que todo se sabe. La segunda, que ahora ya todo el mundo hizo el bachillerato. La tercera: que en la esquina proliferan otras tiendas y negocios.

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