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Columna
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Un aire diferente

Decir que el ruido domina la actualidad política valenciana se ha convertido en un lugar común. Resulta difícil, sin embargo, encontrar una palabra más apropiada para definir lo que sucede día a día entre nosotros. La crisis económica, la corrupción, y la falta de ideas de la política, se traducen en un guirigay de declaraciones que no sabemos adónde conducirá. Es probable que el alboroto nos haya impedido escuchar en ocasiones a quienes trataban de exponer ideas propias, o manifestarse con un poco de cordura. Es el precio que impone una actualidad donde la frase vacua, la mentira, la desmesura o el insulto reciben una acogida casi siempre excesiva en los medios de comunicación.

Sería lamentable que el discurso que pronunció José Vicente Morata en la Real Sociedad Económica de Amigos del País quedara sepultado en esta barahúnda. Sería lamentable porque se trata de un discurso serio, que trata de mirar con sensatez hacia el futuro. El rector Esteban Morcillo lo ha calificado de "inteligente, abierto y optimista". A estos adjetivos, yo añadiría que fue un discurso poco frecuente entre nuestros empresarios, alejado del habitual victimismo y lleno de sentido común. Fue, sobre todo, una llamada de atención a la sociedad y, en especial, a los propios patronos.

Durante los pasados años, los dirigentes empresariales han pronunciado decenas de discursos, en las circunstancias más variadas. En su mayor parte se trataba de parlamentos de ocasión, poco comprometidos, que se limitaban a ser obsequiosos con el poder político. Cuando la crisis económica fue evidente, se volvieron reivindicativos. El hecho de encontrarnos ante un discurso que no pertenece a ninguna de esas categorías constituye en sí mismo una novedad que llama la atención. Quizá lo que más sorprenda de las palabras de Morata es la ausencia de exceso, el tono de normalidad que hay en ellas, al que no estamos acostumbrados. ¿Nos encontramos, quizás, ante un cambio generacional?

Entre los varios puntos de interés que presenta la disertación del presidente de la Cámara de Comercio de Valencia, yo destacaría dos: la confianza en el pacto como medio de alcanzar objetivos colectivos, y su defensa de la educación. Un hombre que cree en los pactos es un hombre positivo. Es, sobre todo, alguien que no se considera en posesión de la verdad y que está dispuesto a escuchar las razones del oponente y a dialogar. La política valenciana de los últimos años ha preferido casi siempre el enfrentamiento a la negociación, tal vez porque en el enfrentamiento podemos ocultar más fácilmente la falta de ideas propias.

Al referirse a la educación, Morata dijo que "los empresarios debemos dar un paso al frente y afirmar que el progreso de las empresas gravita sobre la formación". Hemos tardado muchos años en escuchar esas palabras de la boca de los empresarios valencianos. Uno tiene la impresión de que nuestros patronos y sus organizaciones han sido poco sensibles a los efectos positivos de la educación. Cuando les hemos escuchado, en alguna ocasión, ha sido para repetir la queja del divorcio entre la universidad y la empresa, pero no se ha ido más allá. Tampoco han ayudado los años pasados, cuando la riqueza que se creaba en la Comunidad se basaba prácticamente en la construcción. Bien está que, aunque tarde, se reconozca la necesidad de la educación. Otro asunto es que el Gobierno valenciano, en su actual estado de penuria, esté en condiciones de proporcionarla.

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