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Columna
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Camps y el sexo

Si algún día Francisco Camps se decide a escribir sus memorias, no sabemos lo que a los lectores les depararán en el capítulo sexual y si conseguirá emular a Tony Blair, cuya obra ha sido seleccionada para el premio que concede la revista Literary Review para distinguir la peor escena de sexo contenida en una obra británica. Desgraciadamente, no estamos en eso: la torpeza o la habilidad literaria de Camps no es la noticia. Ni siquiera, como John F. Kennedy o Bill Clinton, sus hazañas o sus problemas sexuales... suponiendo que hubiera tales. En el caso del presidente valenciano, lo relevante es cómo sus convicciones, contradicciones y contrariedades morales inciden en la educación sexual de los jóvenes de la comunidad que gobierna y por lo tanto en su salud. Siguiendo la estela del Opus y de los kikos, Camps ha decidido suspender la educación sexual en los colegios valencianos y a la oposición le ha faltado tiempo para acusarle de gestionar la educación, la sanidad y los servicios sociales "a golpe de rosario". Un planteamiento reduccionista del asunto, porque no parece que globalmente el rigorismo religioso sea el criterio impuesto por Camps en la gestión de su Gobierno. Por ejemplo, nadie diría que se gestionaron muy católicamente los cuantiosos presupuestos destinados a cubrir informativamente la visita del Papa. O que el ejercicio de las virtudes cardinales haya sido la causa por la que la Fiscalía Anticorrupción investiga el supuesto desvío de fondos de ayuda al desarrollo.

No, no parece que sea ciertamente así, sino que más bien da la impresión de que el mandato de Camps se encuentra presidido por grandes dosis de ese relativismo moral que con tanta insistencia ha denunciado el teólogo Ratzinger. Por lo tanto, no es descabellado preguntarse si ese dualismo, que se manifiesta en aplicar criterios ultramontanos de moral sexual en la educación pública y la laxitud en el control de los presupuestos, no tiene algo de compensatorio. O incluso, si detrás de la intransigencia con la bragueta no se busca, a modo de penitencia, equilibrar la dejadez con el bolsillo a través de los vasos comunicantes del sufrido Diario Oficial de la Comunidad Valenciana.

De esta manera, Camps expiaría sus pecadillos en cabeza ajena, cortando por lo sano mediante la prédica de la continencia sexual entre los adolescentes valencianos. Que eso se traduzca en más embarazos indeseados, o en más enfermedades de transmisión sexual, es una cosa que apenas tiene importancia para un príncipe de la cristiandad como él, que tiene su referente histórico en la Edad Media.

Al final y visto lo bien que le va al PP en las encuestas, vamos a tener que pedirle a Mariano Rajoy que vuelva a poner de candidato al campeón de Eduardo Zaplana, que como de cintura para abajo era tan demócrata como liberal de cintura para arriba, por lo menos le ahorraba los sermones a los niños y seguro que tendrá unas memorias la mar de entretenidas.

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