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Reportaje:

La vida en la palma de la mano

Una ONG abre con fondos estatales el primer centro para sordociegos

Elsa Cabria

Un jersey de lana a rayas horizontales rosas, azules y negras. María Victoria, de 42 años, lleva puesta la prenda que ha tejido, pero no sabe cómo ha quedado. Vive por sus manos. Las suyas y las de los demás. No oye, no ve. Es una de los 45 residentes del centro Santa Ángela de la Cruz (Salteras, Sevilla), el primero de España adaptado para personas sordociegas. Un proyecto, impulsado por la asociación Apascide, financiado con 2.2 millones de euros del Plan E del Gobierno central.

Con un antifaz y dos tapones, la percepción de las cosas se parece, de lejos, a la de María Victoria. El guía, denominado mediador, lleva por los apoyamanos, indica dónde está la silla del comedor, la mesa, las nueces, la servilleta, el zumo de naranja. El centro está planteado para que los internos sean lo más autónomos que puedan. Existen trucos: para no derramar el zumo, hay que meter el dedo en el borde del vaso.

Los 45 residentes de la casa de Salteras disponen de 'spa', piscina y huerto

El centro lo componen una casa de 2.000 metros cuadrados (salón, cocina, salón de juegos, piscina y spa) y un terreno de 5.400 metros cuadrados, en el que disponen de un huerto ecológico. Los internos van a plantar sus flores y cuando crezcan, las reconocerán por el olor. El proyecto arrancó en 2004, cuando el Arzobispado de Sevilla cedió el terreno a Apascide, que solicitó ayuda por todo el país hasta que empezó a construir en Salteras. Hasta hace tres semanas, no ha abierto sus puertas, solo se admitirá a personas a partir de 16 años. De las 45 plazas, 17 son para residentes y 28 para el centro de día. De los segundos, que se quedan hasta las 16.30, solo siete han aprovechado de momento la plaza. Cuando esté a pleno rendimiento, 40 personas les ayudarán.

Para todo, rutina. Después de comer, van a recoger la pasta y el cepillo de dientes a su taquilla. Hasta el baño tiene su qué. Un azulejo con círculos en relieve identifica el de los chicos y otro a rayas, el de las mujeres. El cuidador tiene que ser paciente, el sordociego pide anticipación. Su dedo es un bolígrafo y la palma de la mano, el folio. Letra por letra y en mayúsculas. Los voluntarios cuentan que los sordociegos necesitan tener las manos siempre ocupadas. Para eso está la sala de los sentidos, un espacio con un piano, tambores y guitarras, para que escuchen con los dedos.

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Sobre la firma

Elsa Cabria
Es periodista en EL PAÍS Audio. Ha escrito en proyectos multimedia en Centroamérica y México. Ha colaborado con eldiario.es, BBC Mundo, El Faro y Osmos, para Spotify. Es Máster de UAM-El País y Máster en Podcast, en Barreira Arte y Diseño.

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