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Columna
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El abucheo

Manuel Rivas

Era el 12 de octubre del año 2013. Se celebraba en Madrid el desfile de la Fiesta Nacional. El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, fue recibido con discretos aplausos y algún grito esporádico. Una señora, muy enjoyada, llegada la víspera desde Galicia, bramó con enojo: "¡Gallego!". A su lado, una pareja de jovencísimos, él y ella, con la vieja águila en el escudo y en la mirada, le soltó: "¡Más caña, Mariano! ¡Maricomplejines!". El tibio recibimiento se transformó en ovación cuando se anunció la llegada de Esperanza Aguirre al palco de autoridades, acompañada de Sarah Palin, de visita en Madrid. Pero el momento de auténtico éxtasis se vivió cuando el público tomó conciencia del advenimiento del Temible Ciclón de las Azores. José María Aznar saludó orgulloso y retocó, con gesto imperial, el pelo leonado. Todo transcurrió a las mil maravillas. Incluso parecía que los soldados desfilaban con más precisión que otros años. Que los aviones de combate surcaban el cielo con más estilo aeronáutico. Que la popular mascota de la Legión, el carnero Manolo, caminaba con más garbo. Cuando el Rey y el presidente Rajoy portaron la corona, en el momento de homenaje a los muertos, reinó un silencio respetuoso. Pero algo sucedió con el silencio. Que se quedó allí, enmudecido, en la tribuna de autoridades y en toda la Castellana. De repente, había una tensión inexplicable. La gente se sentía incómoda y no sabía el porqué. Se miraban los unos a los otros. La sonrisa jovial de Aguirre se transformó en una mueca malhumorada. También los otros rostros fueron mudando, congestionados, furiosos. Había en la atmósfera una angustia de pérdida. Y la Castellana era una psicogeografía ceñuda. De repente, Esperanza Aguirre gritó: "¡Libertad de expresión!". Y a esa señal, la multitud respondió con entusiasmo: "¡Zapatero, dimisión!". Al fin, en la calma, se oyó un feliz rugido leonado: "¡Y váyase usted, señor González!".

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