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Columna
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Alta velocidad

Un viajero sale de Madrid a cualquier hora de cualquier día. Pretende desplazarse a Córdoba, por ejemplo, y comprar su billete en la web de Renfe, que solo ofrece dos opciones: AVE en turista -o preferente, o club- o Altaria/Alvia en preferente. A falta de más de un mes se pregunta qué conmemoración planetaria ha olvidado, pues no entiende el motivo de semejante éxodo. No es puente. No es fiesta. No coincide con entrada ni salida de vacaciones. En las otras ciudades-parada no llueven hombres ni euros, no se consideran prioridad en las turoperadoras japonesas. El viajero no comprende nada.

Si una noche de verano este viajero pretende comprar un billete para cualquier hora de cualquier día de otoño -dentro del plazo que Renfe dispone para tan magna hazaña-, se topa con una opción que ya sabe cara, y con otra que no esperaba tanto. El viajero se siente Rodrigo Díaz de Vivar. Siente que posee, en su soledad sonora, las llaves del portón de la historia: la adversidad le vuelve indestructible. Y es que el viajero, a quien llamaremos K, ha sobrevivido al ascenso y la muda caída de la tarifa de última hora, y ha soñado que las tarifas web o estrella se vendían solo en el Festival de Sitges. K prueba con la fecha siguiente, y la anterior, y la siguiente a la siguiente y la anterior a la anterior, y adivina el día del juicio final, y todas las clases turista de los trenes Altaria/Alvia que en la historia viajan llenas, imponiéndole la bandejita de comida de plástico y el ejecutivo en el asiento contiguo. K vislumbra, frente a su ordenador, cosas que vosotros no creeríais: vagones y vagones de viajeros a Huelva, a Cádiz, a Granada, miles de personas ligeras de equipaje y previendo que dentro de 60 días a las nueve de la mañana, a las ocho de la tarde, cogerán un tren.

El AVE se ha merendado los trenes más asequibles obligando al usuario a refugiarse en el autobús

Sin embargo, problema. K vive y trabaja en Madrid pero cada cierto tiempo se desplaza a Córdoba, así que el misterioso caso de los Altaria/Alvia le obliga a arrepentirse de su intención primera, y se instala Skype, y graba un mensaje de despedida para su familia, a la que jamás volverá a abrazar, pues intuye algún sobrenatural motivo para que Renfe le impida viajar sin grandes dispendios: el desplazamiento no baja de los 100 euros. Quizá necesite ese dinero por algo que desconoce todavía. Se quedará en paro. Le implicarán en alguna trama con juicio mediático y deberá pagar un abogado ídem. Recibirá un e-mail de algún rico y perseguido heredero africano proponiéndole un jugosísimo negocio. Trenes abarrotados, cuatro esquinitas tienen sus camas: K piensa con orgullo en los repletos hoteles de España, en los consorcios de turismo. Disculpen el tono gonzo: unas se fingen locas para que las internen en un psiquiátrico y contarlo, y yo sudo y sufro y clamo que mi reino por un billete.

Esto es verdad: quien lo probó lo sabe. La semana pasada, tras la queja de un senador y las protestas de la Junta de Andalucía, Renfe achacó a un problema informático el bloqueo desde verano de la clase turista en Altaria/Alvia entre Madrid y Córdoba, obligando a sus usuarios -muchos de ellos, la mayoría, madrileños de adopción, nacidos allí pero currantes aquí- a viajar en AVE por sus santos auriculares.

La alta velocidad se ha merendado los trenes más asequibles, y ha condenado a quienes no disponen de tanto presupuesto a refugiarse en el autobús -siempre más lento e incómodo-, o en el fascinante y limitado mundo de las low cost, o a no moverse porque hacerlo desbarata los planes. Un conocido se quejaba de que un ida y vuelta Barcelona a Madrid no bajaba, de nuevo y con mucho, de los 200 euros; y las alternativas más asequibles -como el socorrido nocturno- desaparecían sin que nadie se quejara, asumiendo que no queda otra que aguantarse. El dependiente de una tienda explicaba con ilusión que el AVE a Valencia multiplicaría sus sábados en la playa; su gozo en un pozo al escuchar tarifas. ¿Por qué, si no existe otra opción en tren, viajar a o desde Madrid implica empeñar la herencia de la abuela? ¿Quizá precisamente porque no existe otra opción en tren, y aquí quien no corre vuela? ¿Eliminamos la referencia geográfica, y asumimos que viajar en tren y en España, merced a la tiranía de la alta velocidad -o no solo-, es llorar?

Ahí continúa K: abierta la web, su boca también. Pese a que a los pocos días la clase turista de marras aparecía desbloqueada -lo afirmaban las notas de prensa, los políticos-, la operación se denegaba por motivos diversos. Es casi literal y es de chiste. Ignoro si se ha modificado ya, por fin, y en todo caso viajar no será barato, pero sí que no será tan caro. Y mientras tanto ahí continuará K, por los siglos de los siglos, aguardando una oferta hasta cansarse o convertirse en cucaracha.

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