Ser el diablo es un infierno
Después de una larga noche oscura del alma, Ignatius Perrish se mira al espejo y descubre dos luciferinos cuernos sobre su cabeza. Horas antes, la ingesta imprudente de alcohol le había llevado a cometer algunos actos blasfemos e inconfesables: por ejemplo, orinarse en la imagen de la Virgen María y arrancar la cruz del lugar donde apareció el cadáver de su novia. Para Ignatius, esta va a ser una resaca de mil demonios, la última palabra en tormentos posetílicos, algo que ni un firmamento de Alka-Seltzers podría aliviar. Este es el punto de partida de Cuernos (editado en España por Suma de Letras), la segunda novela de Joe Hill, a quien las estrategias de la promoción editorial han investido con el título de Príncipe del Terror, porque es ni más ni menos que el hijo del Rey. Es decir, del King. De Stephen King. Quien a estas alturas ya se haya leído su extraordinario libro de relatos Fantasmas sabrá, no obstante, que Hill —empeñado en huir de la sombra del padre bajo la máscara de un seudónimo que evoca la figura de un activista y cantautor ejecutado en 1915: Joel Emmanuel Hägglund, alias Joe Hill— posee una voz propia que no necesita padrinos para ser celebrada por su sofisticación y originalidad.
"Quería contar una historia en la que el demonio fuese el héroe"
"Pensé que abordar la figura del diablo desde un punto de vista más empático y compasivo podía llevarme a algo interesante. Quería contar una historia en la que el diablo fuese el héroe", señala el escritor, que, a pesar de todo, parece el vivo retrato (joven) de su progenitor. "Por supuesto, el Sympathy for the devil de los Stones es una referencia esencial, porque el rock and roll siempre ha sido la música del diablo. En el rock, el blues y el jazz, el diablo siempre aparece como símbolo de las tentaciones que salen a nuestro encuentro. Ese es el diablo sobre el que quería escribir: no me interesaba tanto el diablo como instrumento de destrucción. Por otro lado, Dios odia el pecado, pero el encargado de castigar a los pecadores es el diablo, lo que me lleva a pensar que ambos, en el fondo, trabajan en el mismo equipo".
Hill se confiesa un escritor lento y de producción escueta: en este sentido, no ha salido al padre. Cuernos es la versión definitiva de una obsesión por la idea del mal que nutrió otros dos proyectos narrativos que decidió lanzar a la papelera: en uno de ellos, The surrealist's glass, un pintor surrealista español regalaba al protagonista una lente que revelaba los secretos más inconfesables de la humanidad.
Aquí, los cuernos de Ignatius Perrish logran que los habitantes de Gideon (New Hampshire) se atrevan a confiar al atribulado cornudo lo peor de sí mismos, mientras él lucha por defender su inocencia en el asesinato de su amada: "El diablo es como el bufón de la corte: es el que señala con el dedo las debilidades humanas. Hay un grabado americano del siglo XVIII que muestra al diablo bailando y burlándose de un pobre tipo: la utilicé como wallpaper de mi ordenador mientras estaba escribiendo la novela. Para mí, el diablo es un cómico que se ríe de la humanidad. Hay una canción de OK Go que se llama A good idea at the time, que es una respuesta línea por línea al Sympathy for the devil de los Stones. En ella adoptan el punto de vista del diablo para decir algo así como: "Me echáis la culpa a mí, pero sois vosotros los que os buscáis vuestros propios problemas". En mi libro, el diablo es también un observador. Todo el mal que aparece en mi novela ha sido creado por hombres que son dolorosamente humanos, no por el diablo", explica el autor.
Guionista de cómics de la serie Locke & Key y maestro del relato breve —capaz de reformular el arquetipo zombi en forma de crónica twitteada, por ejemplo—, Hill define Cuernos como "un libro muy sucio": en él, las formas del best-seller de terror recogen el testigo de esa literatura de la transgresión que, precisamente, hechizó a los surrealistas con su diabólico encanto.
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