Panóptico pictórico
Apurando ese intervalo previo en el que la percepción no está aún del todo organizada y no ve sino manchas, Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939) -artista ya tan internacionalmente acreditado que nos exonera del tedioso acopio de méritos contables- nos lanza, con su obra última, fechada toda entre 2008 y 2010, en medio de ese vertiginoso haz fosfénico del hacerse de la pintura. Apenas un parpadeo, un pantallazo. En efecto, Pintar, pintar: un deslumbramiento súbito e inesperado, pero que deja pensativo. ¿Cómo explicarlo? Cada vez más, Juan Navarro Baldeweg no pinta cuadros que son sólo pintura, sino que pugna por demostrarnos pictóricamente que la pintura es la única realidad a nuestro alcance, y ese ilusionismo radical apunta a la estremecedora conclusión de que él mismo es pintado por sus cuadros.
Juan Navarro Baldeweg
Pintar, pintar
Galería Marlborough. Orfila, 5. Madrid
Hasta el 16 de octubre
Conceptualmente, Magritte generó algunas imágenes irónicas al respecto, pero el desafío de Juan Navarro va más allá de este distanciamiento, porque está convencido de que la pintura no tiene envés. Todo está en ella, porque ella es todo. La descripción de esta manía y su embriagador efecto sobre quien la contempla tan sólo fue atisbada por el poeta Alberto Girri en un poema que significativamente dedicó a Hokusai, del que comienza por decir: "Como que todo/ lo de la tierra / es imitable, / su trazo, personal e impersonal, / parte de que todo / es uno...", para, unos versos más adelante, rematar con estas palabras: "Así que nuestro / acompañar tanto despliegue / participe de lo múltiple, / compromiso en la mirada / que es compromiso con el tacto, vibración / desde cuerpos, masas...".
Este frenesí pictórico totalizador de Juan Navarro, largamente fraguado por él en el tiempo y ahora casi acosador, no sólo se aprecia en el reduplicativo título de la presente convocatoria -Pintar, pintar-, sino en los que van nombrando cada uno de sus cuadros, que obsesivamente giran sobre tres únicos temas: 'En el estudio', 'Pintar' y 'Pintor', sintetizados en otro que los comprime: 'Pintor en el estudio'.
No; la obsesión de Juan Navarro no es ya "la pintura, pintura", tal y como se enarbolaba en este eslogan durante la década de 1970, llevando a su colmo la objetualización de lo pictórico y el formalismo artístico. No lo es porque él ha dejado de conformarse con analizar un proceso, para acechar perceptivamente una revelación. Ha atravesado el espejo. Está en otra dimensión. Lo admirable de esta enorme complicación en la que se emplaza es el estrecho y simplificadísimo margen que se otorga para su visualización. Simples cuadros. Cuadros en los que vemos, en efecto, "el estudio de un pintor", "un pintor pintando" y, claro, "pinturas". A veces, la figura espectral de ese pintor que pinta vacía cubos de pintura en el suelo; otras, de pie y enfrentado a un muro con la brocha en ristre, embadurna el paramento con un motivo repetido en zigzag, abarcando con ello el arco intencional completo de la acción pictórica: el gesto y la reflexión, lo emocional y lo analítico, la expresión y la impresión.
¿Estamos, así, pues, ante una simbólica o una psicología del pintar? En absoluto; porque Juan Navarro, como apuntaba antes, no se pone "fuera", ni "dentro" de la pintura, sino en ese intervalo desconcertante de su "equivocidad". De esta manera, no sólo nunca distinguimos claramente quién pinta, si el pintor a la pintura o la pintura al pintor, sino tampoco cuál es el lugar exacto de esta producción; esto es: si es el estudio -la fusión del pintor y la pintura- el que realmente lo produce todo. Esta sugestión del equívoco, ceñida al ámbito de su producción, alcanza en la actual muestra unas cotas de ilusionismo verdaderamente memorables, porque Juan Navarro se mueve con un elenco de posibilidades severamente restringido: lo plano como tal y lo axonométrico abordado desde una perspectiva caballera o contrapicado oblicuos, no privándose, además, ciertas veces, en buena dialéctica, de superponer ambas visiones.
Y todo este entramado, quizá se pregunte el lector de esta crítica, ¿para qué? Uno: para revelar lo que tiene la pintura de panóptico; dos: que la mirada inyectada de pintura es pura luz; tres: que una realidad construida y observada así es belleza.
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