La piedra y el látigo
Instado por Jesús en sus evangelios a tirar una piedra en el caso de sentirse libre de pecado, fue el socialista Ángel Luna y tiró una en las Cortes Valencianas. Pero Jesús tenía ante él a la mujer adúltera y no parece que este fuera el caso: no estaban Jesús ni la mujer. Bien es verdad que a Jesús para estar no le hace falta estar; Dios tiene el privilegio de estar incluso donde resulta indecoroso que esté. Pero lo que parece cierto es que no había adúltera en las Cortes, y de haberla, aunque las adúlteras tienen la habilidad de pasar sin ser notadas, no era a ella a la que Luna dirigía su pedrusco. No obstante, es muy legítimo el enfado de Francisco Camps, no ya por la piedra misma, sino porque de la lectura evangélica de Luna se desprendiera que por la mujer adúltera había sido tomado o comparado de alguna forma con ella. Claro que tampoco hay que descartar que las adúlteras sean reacias a semejante comparación. Lo que sucede es que las adúlteras están impedidas para protestar: no tienen asociaciones con portavoz y son más bien amigas de ir por libre. Las que sí las tienen son las prostitutas y es posible que cuando Jesús hablaba con tanta compasión de las adúlteras se refiriera en aquellos tiempos a la mujer pecaminosa en cualquiera de las variantes del sexo. Camps, sin embargo, sí tiene quien proteste por él y por eso la presidenta Milagrosa pidió a Luna que retirara la piedra, la piedra del escándalo, y escondiera la mano.
Es llamativo que Camps no hiciera una positiva lectura del gesto evangélico de Luna
Pero es llamativo que Camps no hiciera una positiva lectura del gesto evangélico de Luna, porque de haberla hecho se podría haber visto a sí mismo como la adúltera defendida por Jesús, más cerca por tanto de él, y a Luna como un insensato que se declara sin pecado cuando no hay hombre que no lo tenga. No es fácil entender que, tan fiel cristiano como es, que no escatima gastos en las visitas del representante de Cristo en la Tierra, ni supuestamente hurta participación en esos gastos a los corruptos, Camps relegue la lectura evangélica del acto de Luna para incidir en la violencia del arma arrojadiza del portavoz socialista. Su lenguaje fervoroso sí lo llevó en cambio a llamar sacrosanta a la casa de la palabra, donde no se puede tirar piedra alguna, como si toda palabra pronunciada allí proviniera de labios limpios y de limpias intenciones o como si los actos obscenos no se hubieran dado nunca en tan respetable recinto. Quizá olvidó que el templo de Jerusalén era más sacrosanto que el de la calle de San Lorenzo de Valencia y, sin embargo, allí acudió Jesús con un látigo, no sé si arma arrojadiza o no, pero que hace mucho daño, para expulsar a los mercaderes del templo. No es razonable, a pesar de todo, aconsejar a Luna ni a ningún otro diputado cambiar la piedra por el látigo, pero seguro que muchos ciudadanos han sentido a veces envidia de Jesús por no poder entrar como él a latigazos a las tribunas sacrosantas.
Pero si, a pesar de su fe inconmovible, el todavía president de la Generalitat ha descuidado las lecturas del Evangelio, no ha ocurrido lo mismo con su sentimiento de mártir. Tal vez por eso, desprendiéndose de su discurso impotencia para gobernar, porque se lo impide Zapatero que lo persigue, ve en la piedra de Luna la de los infieles que lapidaron a san Esteban. El paso de Agustín García Gasco por la archidiócesis de Valencia despertó tal devoción por los mártires que posiblemente Camps, uno de sus fieles más preclaros, posea vocación de mártir y aspire a que la presunción de su inocencia le acompañe a la corte celestial, a la sombra de García Gasco y de la justicia amiga.
En cualquier caso, Luna consiguió con su piedra unir su nombre a los de los protagonistas habituales, no ya de supuestas corrupciones, que es lo que sus adversarios querrían, sino a los nombres de los autores (y autora) de las ocurrencias insólitas, los insultos en cadena, las fotos de ninots vivientes, las conversaciones cutres y las escenas de vodevil que son por su ordinariez objeto de asombro y por su ridiculez el hazme reír de la España que no ve Canal Nou. Y encima tampoco consigue Luna que Canal Nou lo vea a él. Ni siquiera por la originalidad de apelar al Evangelio como no lo hace ya ni siquiera Juan Cotino. Eso le pasa a Luna por imitar a la derecha sin tener en cuenta que esta derecha fervorosa no lee las escrituras sagradas para no darse por aludida. Si acaso manda al fiel cristiano, Federico Trillo, a asesorar al jefe de un sastre por asuntos turbios con la inspiración del Espíritu Santo. Bien es verdad que en este desagradable espectáculo que no cesa o buscas papel o no tienes entrada.
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