Amarillo
El ciclismo profesional es una cuestión de fe. Como espectáculo roza lo perfecto. Incluso en momentos en los que se tambalea su credibilidad, las retransmisiones del Tour de Francia son un valor seguro. Contienen paisaje, esfuerzo, agonía y hasta beso de guapa azafata para cerrar. Lo tiene todo. Y es de las pocas ocasiones en que los españoles ponemos a Francia a nuestros pies. Allí, y en Roland Garros.
Quizá por ello las sospechas sobre los deportistas españoles son un sarampión que se extiende por los medios europeos, mitad rencor, mitad verdad. El triple ganador, Alberto Contador, tiene que sacudirse ahora la fea sombra de duda. Tras la rueda de prensa exculpatoria pasó por La Noria, centro gravitatorio de nuestra tele, y allí el presidente cántabro Revilla certificó su inocencia con esa simpática manera suya de ostentar la verdad y permitir que España hable por su boca.
Está claro que el ciclismo, bellísimo espectáculo, no termina en el final de etapa. Se debería continuar la retransmisión con la toma de muestras de orina y sangre. Retratar a esos batallones de vampiros que entran en los hoteles de concentración como geos de laboratorio.
Desde allí seguiríamos el rastro de las pruebas como en un apasionante episodio de CSI. Aprenderíamos química, biomedicina y nos familiarizaríamos con la EPO o el clembuterol. En el caso contra Contador, ojalá venza su versión, la primera dopada es una ternera a la que sus amos engordaron a inyecciones, como si fuera una aspirante a culturista. De aquel filete al podio de los Campos Elíseos.
Luego entran en juego los laboratorios internacionales, que estudian con lupa la orina, amarilla también como el maillot, hasta dar con 50 picogramos de clembuterol, que es la versión tecnológica de dar con una aguja en un pajar. Y ahí nacen las filtraciones interesadas, el daño, el desprestigio, la mancha. Si el deporte es sucio, lo es porque la sociedad es sucia. La televisión solo nos enseña los dos extremos: el hermoso triunfo o la estrepitosa caída en desgracia. Se olvida de lo que hay en medio. Ahí está el definitivo espectáculo: dinero, desamparo, lucha, decepción, trampa, grandeza. La rondas ciclistas, filmadas en su totalidad, no tienen nada que envidiarle al más perverso culebrón.
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