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Columna
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Basura

Nacemos. Crecemos. Algunos se reproducen. Morimos. Y ya: alguien llora, alguien brinda, un par de recuerdos -con suerte- que otro enterrará. Ese paso del tiempo no se marca en las arrugas, tampoco en los números de teléfono borrados por rotura del amor, de tanto usarlo; guarda relación, más bien, con nuestra actitud ante el civismo propio y ajeno. Estas ocho palabras se imaginan épicas. Estas ocho palabras se imaginan con Plácido Domingo en una pantalla grande en los jardines del Palacio Real, se imaginan con la Gran Vía cortada y actuaciones musicales de gran eclecticismo, y sin embargo ocurren a ras de calle, en el portal de casa o en el bloque de al lado. Este verano, durante las fiestas del barrio, yo rezaba para que cesara la música y el grifo de la barra de abajo musitara aquí me planto; preferí no unirme al enemigo, sino concentrarme en la hora que marcaba el reloj, y en las catastróficas desdichas que se cernirían sobre el tipo que evacuó en una esquinita de la calle, por todo lo bajo. Me pareció que en otra época los coros a los temas de éxito habrían sonado con mi voz y la de mis amigos, y que los hielos habrían tintineado en nuestros vasos; pero el tiempo pasa y me falsifican el DNI el ruido de los otros, la basura de los otros, y evoquen todo lo que nos sale de ahí sin pensar en el de allá.

Los recibos los pagamos para asegurar que nuestras necesidades básicas se cubran

El miércoles amaneció de huelga: tiendas con la persiana bajada, cubos de basura repletos. Al abrir la ventana comprobamos cómo alguien había tirado al suelo el cubo del edificio de enfrente, esparciendo por la acera y parte de la calzada las bolsas de los vecinos. Por fortuna, no se había molestado en rajar el plástico y diseminar también su contenido, coronando la gracia, así que las bolsas se agrupaban en frontera. Te obligaban a rodearlas si te apetecía continuar el rumbo, que igual no, y te quedabas admirando la obra del manifestante desconocido, o del gamberro desconocido, o del performer desconocido, o del quién-sabe-sus-intenciones y quién-sabe-su-nombre. Me acordé de quien hubiera hecho aquello, y de su madre -y casi de todos sus antepasados, hasta del cráneo que en este momento estén desenterrando en Atapuerca, porque yo tengo muy mal despertar-, pero me acordé sobre todo de aquellos en quienes el empujador de cubos no pensó: quienes trastocan su horario para recoger esos cubos, quienes madrugan para regar y barrer y permitir, con su trabajo y su esfuerzo y su sueldo ajustado, las malas costumbres ajenas.

Con su sueldo ajustado, que a veces ni eso: leerían ayer que los empleados de limpieza y recogida de basuras cobrarán la nómina del mes pasado, cobrarán la de este mes, pero todo lo desconocen más allá de octubre, y sabrán también que ese dinero saldrá del que se debe aún del año pasado, y que la culpa de que el Ayuntamiento no pague a las empresas es de señores perversos que anhelan el milenarismo para la ciudad, impidiendo que el ICO inaugure líneas de crédito como quien inaugura una nueva pavimentación. ¿Dónde estaban ustedes a finales de 2009? ¿Separaron los residuos orgánicos del plástico? Los impuestos se pagan, se paga incluso la tasa de basuras y la de respiración si es necesario, los recibos que nos presenten los pagamos para asegurar que nuestras necesidades básicas se cubran: de nuevo la épica, las pantallas gigantes y las calles cortadas, de nuevo Perogrullo, pero de nuevo -también- la ingenuidad de confiar en que, entre quienes deben velar por esas necesidades básicas, tatachán, prima la existencia de lógica frente a la falta de ella. El miércoles abrí la ventana, me encontré con aquellas bolsas de basura, tras el primer impulso pensé en el alcalde y el vicealcalde y la concejal del ramo y, de nuevo, en Atapuerca. Pensé, sí, en quién las tiró; también pensé en quién las recogería, si el vecino, si yo misma, si se perpetuarían por los siglos de los siglos, si se subastarían en Sotheby's. Pensé que austeridad no significa lanzarse sobre el ordenador para encargar la nueva novela de Paul Auster; implica reflexión, búsqueda de prioridades, no gastar en jolgorios si no existe presupuesto para pagar a quienes impiden que la ciudad se transforme en un estercolero temático. Pensé en la asamblea de cobradores del frac, nombrando patrón al Ayuntamiento de Madrid.

Y en abrir la ventana, en asomarme de nuevo y comprobar que un vecino se tragaba el asco y devolvía las bolsas al cubo, lo levantaba, de nuevo junto al portal. Recuperar la confianza en el homo sapiens. Olvidar Atapuerca. En el pasillo, rumbo a la cocina, un espejo: algunas canas más. A la mañana siguiente ni rastro de bolsas, todo limpio, en el buzón un nuevo recibo. Recordar Atapuerca. Comprar tinte.

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