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Columna
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Cacharro

Juan Cruz

David Remnick, el director de The New Yorker, una de las revistas más importantes del mundo, le dice hoy a Iker Seisdedos en El País Semanal algo que puede remitirnos a la pasada ilusión que impuso el ingreso de la TDT en nuestras vidas. Dice Remnick, a propósito de la discusión que hay sobre los dispositivos electrónicos que ahora podrían atenuar o liquidar la importancia del papel: "Prefiero que hablemos largo y tendido de Anna Karenina que del cacharro que le sirva para leerlo".

Cuando empezaron a hablar de la TDT en España parecía que se iniciaba una era de la televisión; se hablaba del cacharro como un instrumento tecnológico que iba a llenar de maravillas nuestras casas. Parecía que el cacharro era la cosa, y todos esperaban que la cosa fuera mejor que lo que ya teníamos. Y la cosa empeoró. El progreso tiene esas cosas: viene como un buen presagio y se convierte en una pesadilla.

No es un juicio de valor, ni es una profecía, es un hecho: el cacharro no ha mejorado la tele, la ha adocenado. Es probable que la difusión de los libros mejore gracias a los nuevos soportes electrónicos, ojalá ahí el cacharro se porte. Pero esa es otra historia. Los libros existen, estén en el soporte que estén serán libros los que se lean ahí; ideas o poemas o relatos escritos para dar placer o para crear inquietud, para dar información o para generar interrogantes.

Así que esa de los libros es otra historia. Lo que ha pasado con la TDT es que no ha respetado la televisión, o por lo menos lo que uno esperaría de la televisión; no ha prolongado su calidad, ni la ha mejorado, no se ha planteado como un reto tecnológico al servicio de una televisión evolucionada. Es un soporte, sin duda, por el que se enchufan contenidos (la palabra mágica), pero los telespectadores hubieran esperado que esos contenidos fueran algo más que la versión política de los consultorios sentimentales o astrológicos que ya había en las horas basuras o escandalosas de la televisión analógica.

Un poeta de la generación del 27 tiene una célebre oda al alfarero. Si Dios nos hizo de barro, Dios bendiga mi cacharro. Pues el cacharro tendría que hacer mucho para merecer una bendición. De momento.

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