Discreción y compostura

La pequeña entrada no da cabal idea de la amplitud de los espacios que se destinan al servicio de comedor en este restaurante, discretamente amueblado y con algunos recintos privados.

Su cocina cabría enmarcarla en el clasicismo, matizado por algunos apuntes contemporáneos que la hacen atractiva sin perder el orden que la preside. Los ingredientes de los platos, de sobra conocidos, se mezclan en ajustado tono, de suerte que el conjunto resulta agradable al paladar y ligero al estómago del comensal.

Para ejemplo de lo que señalamos podemos adentrarnos en uno de sus primeros platos, el bonito marinado, que sometido ligeramente a la soja y al vinagre de arroz -lo cual nos debe traer recuerdos de las cocinas asiáticas- se completa con unas nada agresivas piparras y tomate desecado.

La terrina de conejo que nos ofrecen a continuación resulta convincente, ya que el salteado de setas que la acompaña, así como el consomé que la baña, no impiden apreciar el crujiente de las carnes en una suave mezcla.

Así sucede también con la paletilla deshuesada de cordero, con su jugo, que desprende a la vez que se impregna de los aromas de la menta en una suerte de viaje a Britania, donde dicho condimento -a su máxima potencia, que no es nuestro caso- se erige en acompañante indiscutible de la res en multitud de recetas.

En la carta hay también pescados, como el lomo de atún con cebolla confitada, y carnes que nos atraen, como la pintada en pepitoria. Guisos de reconocibles y agradables sabores, apegados a la tradición, aunque, como señalábamos, para nada exentos de la necesaria dosis imaginativa que los potencia ante nuestra mirada.