Verlas venir
Fue lo mejor del verano. Ver llegar a Albert Vilalta cojeando con media sonrisa tímida al lado de Roque Pascual de vuelta a casa. No les conozco personalmente, pero en mis tiempos guerreros he dado algunos tumbos por lugares revueltos y he conocido a gente como ellos. Hombres y mujeres que libran su propia guerra contra la burocracia pasiva o demasiado lenta de los organismos internacionales. Tipos que no son capaces de cruzarse de brazos ante ninguna situación desesperada. Los hemos visto repartir cajas de medicinas, comida, bidones de agua en donde hiciese falta: Nicaragua, Kosovo, Ruanda, Haití... Gente desprendida, buenos profesionales. Por lo general preparan sus campañas a conciencia, estudian el terreno y calculan los riesgos. Algunos son creyentes, otros no creen ni en su madre. Pero ahí están y gracias a ellos el mundo nos parece un lugar más o menos habitable dentro de lo que cabe.
Sin embargo en los últimos años han cambiado las cosas dentro la cooperación internacional. Algunas ONG se quejan de que les sobran candidatos para arrimar el hombro en destinos exóticos y les falta gente para tareas más cercanas. No es que sea reprochable tener cierto anhelo de aventura, pero conviene no equivocar los términos. He visto a cooperantes repartir abrigos de piel de borrego en países donde se alcanzan los 40º a la sombra. Para ayudar de verdad en zonas catastróficas conviene conocer el terreno, contar con algún contacto local, saber gestionar una red de distribución y si es posible tener un sexto sentido para verlas venir.
En el caso de Acciò Solidaria quizá no haya sido buena idea enviar la ayuda siguiendo la ruta del rally Dakar, suprimido precisamente por su peligrosidad. Pero de todo se aprende. O eso pensaba yo. Lo que no acabo de entender es el reciente comunicado de la organización anunciando su intención de continuar con la caravana este año. Es una decisión libre, desde luego, allá cada cual. Y me parece estupendo siempre y cuando no vayan luego a quejarse a Moratinos si aparece un pastor de cabras mauritano con un AK 47 y los pone a rezar mirando a la Meca en las soledades del paso de Nuadibú. Todo el Sahel es objetivo terrorista. La liberación de los rehenes supuso un duro pulso para el gobierno. A nadie le gusta pagar rescates a grupos armados, pero ningún país que se precie puede abandonar a sus ciudadanos en semejantes circunstancias. Nada que objetar en ese sentido. Se hizo lo que había que hacer. Lo mínimo que cabe exigir a cambio a los cooperantes es que no confundan la ayuda al desarrollo con un deporte de adrenalina. Para ser héroes no basta con buenos propósitos, además hay que tener dos dedos de frente. Si se trata de vivir emociones fuertes, mejor hacer ala delta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.