Mil alumnos para una canasta
El director de cantera del Estudiantes prima el compañerismo sobre la victoria
Si Carlos Marx escuchase a Mariano de Pablos contar los valores que trata de inculcar a los niños de la cantera de baloncesto del Estudiantes, se mesaría la barba, aparcaría unos minutos la redacción de El manifiesto comunista e iría a inscribir a sus hijos pequeños en el equipo de baby basket. "El chaval tiene que aprender que solo existe el colectivo", afirma rotundo.
Esa no es la frase de un socialista vigoroso. Es la idea principal de un hombre que tiene la tarea de formar a 1.000 niños desde la infancia hasta la adolescencia con el propósito de que alguno llegue a ser jugador profesional de baloncesto sin que ninguno se convierta, desde pequeño, en un ególatra obsesionado por meter más canastas que el otro.
"El chaval tiene que aprender que solo existe el colectivo", afirma De Pablos
Asegura que frente a otros, sus chicos no beben en las concentraciones
Mariano de Pablos (Madrid, 1976) dirige desde 2009 las categorías inferiores del Estudiantes, el segundo equipo con más historial de la capital, por detrás del Real Madrid. Esto le exige nutrir de buenos deportistas toda su pirámide de equipos, hasta llegar al primero, que juega en la liga ACB, la primera división del baloncesto. Pero según los cánones clásicos del club (que nació en 1948 dentro del instituto Ramiro de Maeztu), no puede renunciar a la buena educación. "Tenemos que formar jugadores competitivos, y sobre todo, enseñar respeto a los compañeros y a los rivales. Aquí formamos individuos, no fomentamos individualidades".
Dennis Rodman (Nueva Jersey, 1961) fue uno de los jugadores más famosos de la NBA en la década de los años noventa. Medía dos metros, que es poca estatura para batirse con un pívot (Gasol, por ejemplo, mide 2,15 metros); aun así, fue durante siete años seguidos máximo reboteador de la liga (por encima de muchos gigantes) y ganó cinco campeonatos. ¿Le gustaría a De Pablos que Rodman hubiese salido de su cantera? Responde: "No, eso sería un fracaso para nosotros". Lo dice porque el tipo, además de ser un deportista estupendo, era un personaje estrambótico, lleno de tatuajes y anillos, duro en la pista (El Gusano, lo apodaron), realmente colgado. Fue novio de Madonna durante unos meses, esposo durante unos días de una actriz neumática de la serie Los vigilantes de la playa, corredor en los Sanfermines, gladiador de lucha libre americana y, este verano, pinchadiscos en Saint Tropez.
El modelo de la estructura que coordina De Pablos es algo diferente a esto. El jefe, que ha preparado equipos del club desde los 14 años hasta entrenar al primer equipo (entre 2007 y 2008), pone como ejemplos de canterano a Nacho Azofra, buen base, internacional con España, y a Gonzalo Martínez, otro base apreciable, dos jugadores de aspecto formal que podrían pasar por investigadores de tercer ciclo universitario.
Los chicos y chicas del Ramiro de Maeztu deben saber comportarse, aunque el propio don Ramiro, escritor de la Generación del 98, no fuera precisamente el rey de la templanza: "Yo, siendo muchacho, rompí a hachazos un piano de cola", afirmó en una ocasión. Seguramente le hubiese costado cumplir la disciplina del Estudiantes. De Pablos dice que en los viajes los chavales tienen reglas como que no pueden bajar a cenar en chanclas o con camiseta de tirantes; o tener el móvil encendido mientras están sentados a la mesa (normas que también valen para los 80 entrenadores que están a su cargo). "El club no debe alejarse de los principios educativos. Es lo que intentamos, aunque no siempre lo consigamos". Uno de los terrenos más complicados en los viajes de los deportistas jóvenes para competir en otras ciudades es la noche. El director se sorprende de haber visto a jugadores adolescentes -de otros equipos- llegando con una supina melopea de madrugada al hotel. Él asegura que eso jamás le ha pasado a ninguno de los suyos. "O yo por lo menos nunca los he visto así".
Uno de los obstáculos que tiene para lograr su objetivo, según De Pablos, es la tendencia al hooliganismo de algunos padres. "La presión que hacen sobre los chicos es excesiva, a veces desagradable; ves a los padres gritando en la grada y piensas que estamos perdiendo el norte".
El norte del Estudiantes y del Ramiro de Maeztu, sin embargo, está presente, se nota en el método; una de sus reglas es que ningún chico de menos de 14 años se quede sin jugar unos minutos en ningún partido, se jueguen lo que se jueguen, dice De Pablos.
También se nota en el ambiente. En la entrada del gimnasio Antonio Magariños, integrado en el colegio, un cartel grande anuncia el lema del club: "Desde 1948 formando personas a través del baloncesto". La puerta principal es discreta. A un lado hay un cartón doblado, formando un ángulo recto contra la pared, que tapa un montón de mantas, jerséis y pantalones, doblados con cuidado. "Son de un señor que duerme ahí por las noches", explica la recepcionista. "La verdad es que se porta muy bien".
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