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Una de piratas | Tinta de verano
Columna
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TESTOSTERONA

Claudi Pérez

Hay que ser alto, hay que ser guapo y si no al menos hay que ser cool. Hay que tener una opinión contundente aunque no sea original sobre cualquier tema, desde el último engendro del pop a esa película danesa en la que cada plano quiere rasgarte el alma. Hay que estar en Facebook, en Twiter, en Tuenti, en Eskup, hay que acumular golosinas de Apple y demostrar un conocimiento enciclopédico sobre las series de la HBO. Hay que tener un punto de mala hostia, pasillear lo justo pero en el pasillo adecuado, poseer alguna excentricidad confesable, esas cosas.

Cada vez hay que ser y tener más de esas cosas para sobrevivir, pongamos, como periodista, o como portavoz de los controladores aéreos. Y eso no es nada, peor están los operadores de los mercados financieros. En su caso hay que ser joven, varón y dominar la ley de las probabilidades, pero sobre todo hay que nacer con algo. Quienes fueron expuestos a niveles altos de testosterona antes del nacimiento van a ganar más pasta en la Bolsa que usted y yo, según ha comprobado John Coates en Cambridge y ha publicado The Economist, la biblia bastarda de la economía. Eso demuestra que quizá los mercados tengan menos que ver con el cerebro que con los cojones -con perdón-, como algunos presentíamos.

Hay una forma inmediata de detectar esa ventaja genética. Ya se sabe que los enanos tienen un sexto sentido que les hace reconocerse a primera vista; lo que no se sospechaba es que los mejores traders comparten también un rasgo físico característico: la testosterona del embarazo provoca que el dedo anular sea mayor que el índice. Si usted es uno de esos cruces entre E. T. y Frankenstein y aún no trabaja en Wall Street, está perdiendo un tiempo precioso leyendo esta columna. Yo llevo 10 minutos haciendo extraños movimientos con las manos, tratando de negarme la verdad.

He aquí el fantasma de Darwin: al cabo, la teoría de la evolución es la suma de dos ideas económicas previas, el embudo malthusiano (la población crece más deprisa que los recursos) y la mano invisible de Adam Smith (el bien de la sociedad emerge del egoísmo de los individuos). Y sin embargo el darwinismo está de capa caída en lo relativo a los humanos: cada vez es menos sostenible eso de que evolucionamos como especie, salvo tal vez por las citadas series de la HBO. Pero donde la evolución de veras parece haberse detenido es en el fabuloso mundo de la economía, al menos desde que mandan los mercados y los mercaderes. Ya me dirán cómo se comprueba eso del dedo anular elefantiásico en la mano invisible de mister Smith.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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