Música al detalle
Cuando el gran Nabokov decía en sus famosos cursos de literatura aquello de "atención a los detalles". ¿A qué se refería exactamente? ¿Peligro de colisión con ellos?
Bromas aparte, cierto es que son precisamente todos esos detalles singulares -esparcidos con minuciosidad por el artista en su obra- los que dan vida y peculiaridad a cualquier pieza maestra. Eso es algo que en la música popular se nota más que nunca porque, dada su brevedad, el matiz, el giro especial, se convierten en cosa decisiva. Bajo ese criterio se formó el malagueño Héctor Márquez cuando, hace unos años, escribía y seguía con minuciosidad de aficionado vocacional toda la música de su gusto. Pero llegó un momento en que escucharla le resultaba ya incluso insuficiente para disfrutarla como él deseaba. Quería más. Quería saber los detalles, los divinos detalles. Así que empezó a invitar a sus músicos favoritos para que vinieran a su ciudad con el objetivo de explicarlos. Lo harían en público, comentando sus canciones preferidas en un teatro previo pago de una entrada. La idea no parecía mala. El concepto se tomaba prestado de los cinefórum de los sesenta, aquellos de los que todos habíamos oído hablar en nuestra juventud. Fueron muy comunes al final del franquismo, cuando algunas películas estaban prohibidas por la dictadura y sólo podían exhibirse reducidamente como evento cultural para luego sentarse y debatir sobre ellas. Adaptando esa antigua forma, sencilla y básica, muy comunicativa, pero llevándola además hacia el formato de la nueva música popular, echó a andar hace diez años la iniciativa de la que estamos hablando. Se llamó La Música Contada y tuvo un éxito notable. Tanto, que sus organizadores pronto empezaron a exportarla fuera de su Málaga original para llevarla a otras capitales andaluzas.
Ahora La Música Contada cumple una década. Y después de extenderse a Córdoba, Sevilla y Granada, además de su Málaga original, sobrevuela la posibilidad de desembarcar en Madrid, probablemente y si todo va bien, en La Casa Encendida. Los que hemos desfilado por ese formato recordamos la sugerente sensación de un teatro lleno de público en la semioscuridad. La pequeña luz a tu lado sobre el escenario, el sillón cómodo y la música sonando de fondo sobre los comentarios que haces, te llevan directamente al día en que te enamoraste de ella por primera vez y a un montón más de recuerdos que, en la penumbra del teatro, aparecen de una manera casi catárquica. Una experiencia notable, que luego se amplía cuando se encienden las luces y el público puede añadir sus preguntas en vivo.
A veces nos preguntaremos un poco utópicamente: ¿qué puede hacerse para salvar a la actual música popular de la avalancha de propaganda y banalización a la que los medios de comunicación feroz la reducen? Pues sentarse tranquilamente a hablar sobre ella ya es una respuesta. Con detenimiento, con verdad, pasando de las técnicas coercitivas de la propaganda y la publicidad; pasando de esa ansiedad ya un poco vana (hoy que todo sucede ya a la vez) de intentar estar a la moda. El éxito de iniciativas como esta demuestra que, en la vida, como en las matemáticas, las mejores ideas resultan ser a veces las más directas y sencillas.
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