'WEBCUM'
Se conectaban todas las noches, de doce a una, a través de Internet. Se habían conocido unos meses antes en un chat para fanáticos de los videojuegos, pero enseguida descubrieron que tenían muchas más cosas en común y quisieron pasar a otro nivel. Fue entonces cuando ella le propuso que lo hicieran a través del Skype. "Así podríamos vernos -le comentó-, al mismo tiempo que hablamos". En un principio, él trató de resistirse con diferentes pretextos. "Pero ¿y si no te gusto?" -argumentó por fin. "¿Tan monstruoso eres?" -bromeó ella para aliviar la tensión. "Es que, verás -le explicó él, avergonzado-, no estoy muy acostumbrado a tratar con chicas de carne y hueso". "Si es por eso, no debes preocuparte -lo tranquilizó-. Todo va a salir bien".
Cuando se vieron en la pantalla de sus portátiles, ninguno de los dos se sintió decepcionado. Después de unos primeros intentos un tanto embarazosos, a causa de la impericia y la inseguridad del muchacho, sus encuentros nocturnos fueron acomodándose a un ritual cada vez más preciso y gozoso. "¿Quieres que me desnude?" -decía ella con simulado candor. "Llevo todo el día esperándolo" -contestaba él con la voz estrangulada por el deseo. "¿Qué tal te ha ido hoy?" -preguntaba ella, mientras se despojaba de la camiseta, mostrándole a la cámara sus senos, pequeños y puntiagudos. "La vida es para mí solo un paréntesis entre un encuentro y otro, ya lo sabes". "¿Eso quiere decir que has pensado en mí?"-inquiría ella, desabrochándose los botones de los vaqueros hasta dejar ver el comienzo de sus bragas. "Desde que me levanto, no hago otra cosa"-reconocía él. Y ella notaba cómo la sangre le quemaba las mejillas.
Tras desprenderse de los tejanos con un ligero y gracioso puntapié, comenzaba a bajarse las bragas poco a poco, como quien alza un telón que diera directamente al paraíso. Tenía el pubis rasurado: un triángulo blanco y perfecto, casi angelical, salvo por una leve hendidura en uno de los vértices. Para entonces, la erección del muchacho empezaba a hacerse dolorosa. Mientras ella se acariciaba el sexo con delectación, él se iba deshaciendo de la enojosa camisa, de los molestos pantalones, del minúsculo slip... Apenas tenía que tocarse para que una espuma densa, caliente y vertiginosa se derramara sobre el objetivo de la webcam. Al otro lado, ella fingía lamer la pantalla entre gemidos de placer. "Adiós, mi amor". "Te quiero. Nos vemos mañana". Fin de la conexión.
Para ambos estas relaciones resultaban plenamente satisfactorias. De hecho, no parecían anhelar nada más. El caso es que una noche de verano se cruzaron en una calle de su ciudad, no muy lejos de sus respectivos apartamentos. Él iba tan apurado que no la vio pasar. Pero ella sí que lo reconoció. No obstante, no quiso saludarlo. Era mucho mejor dejarlo así: sin compromisos ni riesgos ni contactos ni ataduras... Por otra parte, no le apetecía llegar tarde a su cita. Faltaban solo diez minutos para las doce.
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