Artística pelea de bravo
El bravo no fue el toro, sino el torero, Manzanares de nombre; y no solo él, sino su cuadrilla de a pie al completo: Curro Javier, con el capote, y Juan José Trujillo y Luis Blázquez, con los garapullos. Valerosos, poderosos, torerísimos, magistrales... Una lidia y muerte la del tercero de la tarde, -brusco, tobillero, de corto recorrido y mansedumbre encastada-, vibrante e inolvidable por un ramillete de momentos que quedan para el recuerdo. Bravo también Enrique Ponce con el muy violento cuarto, ante el que reivindicó su condición de primera figura y se jugó el físico con suficiencia. Y bravo el pellizco de un Morante con el lote más apagado, decidido siempre, y embrujado a la verónica en los dos, lances sentidos, hondos, a cámara lenta, para el deleite.
FERIA DE MÁLAGA: Domecq / Ponce, Morante, Manzanares
Toros de Juan Pedro Domecq, el primero como sobrero, justos de presentación, blandos, mansos y descastados; violentos tercero y cuarto.
Enrique Ponce: estocada trasera (ovación); estocada baja _aviso_ (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo y media baja (silencio); casi entera (pitos).
José María Manzanares: estoconazo (oreja); estocada (dos orejas).
El subalterno Alejandro Escobar, de la cuadrilla de Ponce, recibió dos graves cornadas en el muslo derecho del toro devuelto.
Plaza de la Malagueta. 17 de agosto. Cuarta corrida de feria. Lleno de 'no hay billetes'.
Una lidia y muerte, la del tercero de la tarde, vibrante e inolvidable
La corrida de Juan Pedro, chica y de feas hechuras, y de comportamiento poco propicio para el toreo de hoy, permitió, -lo que son las cosas- una tarde divertida de toros por el latente peligro presente en el ruedo y el poderío desplegado por los toreros; por la emoción, en suma, de esta fiesta. Y no se debe quedar en el tintero Alejandro Escobar, bravo subalterno que se llevó la peor parte: fue arrollado de salida por el primero y, al intentar incorporarse, recibió dos cornadas de carácter grave.
Quedan, afortunadamente, en la retina secuencias diversas de la lidia de este tercer toro. Insulso en los primeros compases y manso en el caballo, acudió presto en el tercio de banderillas. Lo acarició con el capote Curro Javier; Trujillo, torero malagueño, se engalló, irradió torería y clavó dos pares de banderillas primorosos, y no le anduvo a la zaga su compañero Blázquez, brillante en su turno.
Y llegó Manzanares; y comprobó pronto la mala condición de su oponente: de escaso viaje, la cara alta, violento y dificultoso. Y, al momento, la voltereta sin consecuencias que confirmaba los malos augurios. Y el torero le plantó cara con gallardía, con arrestos, con enorme entrega. Aguantó tarascadas, hizo acopio de poderío y se peleó de verdad con un toro que no tenía más objetivo que prenderlo de nuevo. No hubo toreo moderno, porque no era posible, pero sí un encuentro de poder a poder, un desmedido afán de lucha, vergüenza y amor propio. Y el estoconazo, tras la victoria, fue cartel.
La cumbre artística llegó en el sexto, otro mansurrón, de encastada nobleza, al que Manzanares lanceó primorosamente a la verónica, y se gustó de verdad en muletazos con la mano derecha, larguísimos, templadísimos y preñados de estética sublime. Bien colocado, con sentido de la ligazón y los tiempos, el torero sublimó el derechazo -corta y exquisita su incursión al natural- y enloqueció a los malagueños. Otra estocada hasta la bola y acabó con el cuadro.
Ponce y Morante salieron a pie de la plaza, pero justo es reconocer el esfuerzo del primero con su segundo toro, con un inicio de faena con ayudados por bajo magistrales -con pocos recursos, también, ante el descastado sobrero-; y la mala suerte de Morante, que dejó gotas de toreo excelso a la verónica. Y todos contentos, -esta vez, de verdad- hasta mañana.
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