El día de la marmota nostálgica
Vintage, un encuentro británico que mezcla música, moda y diseño en homenaje a la imparable cultura 'retro' - La cita confirma la tendencia de los festivales 'boutique'
Dicta la vieja recomendación, acaso tan vieja y jacobina como la propia Revolución Francesa, que lo más adecuado para resultar verdaderamente moderno es comportarse de un modo rematadamente anacrónico. De ser cierto, los variopintos 45.000 asistentes este fin de semana al primer festival Vintage at Goodwood -una gran celebración nostálgica del estilo de cinco décadas (de los cuarenta a los ochenta) del siglo XX, un gran hurra por las cosas hechas como antes, cuando se hacían como era debido- se hallan entonces a la vanguardia de la humanidad.
O puede que no, cabría pensar al ver a una chica vestida como Jane Greer en Retorno al pasado (1947) pelearse con un cajero automático en la estación de tren de la cercana Chichester, pueblito del Sussex occidental con trazas georgianas, célebre por su catedral, y porque el poeta John Keats pasó algún tiempo aquí en 1819 para escribir La víspera de Santa Agnes. Un autobús antiguo verde y crema de dos plantas que reza Relief ("alivio", y se entiende que la chica lo sienta al sentarse en él) la iba a conducir al paraíso retro, una enorme finca propiedad de Lord March, dueño de estas tierras orgullosas de su (anclaje en el) pasado, de una mansión con hipódromo, como de Jane Austen, y de una pista de carreras de coches de época con gradas de madera que linda con los cuarteles generales de Rolls Royce.
En la calle principal, los pases de modelos habrían satisfecho a Balenciaga y los coches aparcados eran Mustang o Chevrolet
El diseñador Wayne Hemingway convenció a lord March, que cedió el terreno para montar la pequeña ciudad del Vintage
Escogidas entre las mejores, las tiendas ofrecían gafas por un ojo de la cara
El tipo del Torch Club se atusaba el bigote cual portero del Cotton Club
March se dejó seducir por Wayne Hemingway, diseñador harto de macrofestivales a lo Glastonbury, aficionado al soul e ideólogo del asunto, para montar la pequeña ciudad del Vintage, cuya calle principal de madera estaba llena de tiendas en las que los pases de modelos habrían satisfecho a Balenciaga, los coches aparcados eran Mustang, Chevrolet o Rochdal dorados y donde el cine proyectaba gloriosas comedias Ealing (cúspide del cine británico de los cuarenta y cincuenta) con la misma arrogancia del rabioso estreno. "Hemos montado el festival boutique definitivo", sentenciaba Hemingway ayer, día de clausura de la cita, con la seguridad del jugador arriesgado que acertó en su apuesta a juzgar por la inusitada cobertura mediática que ha recibido su idea en un país en la que hay censados unos 5.000 festivales.
En efecto, evento paroxístico en sí mismo, el Vintage marca el no va más de una tendencia firme y quizá irrevocable en la organización de festivales. ¿Por qué apretujarse con un centenar de miles de personas para ver a un kilómetro de distancia a un grupo que, si bien es el del momento, carece de interés por más que encabece carteles allá donde va? La de Hemingway (y la de otros en España, como Monkey Week o South Pop) podría ser la respuesta en términos de logística cultural a la búsqueda del nicho en tiempos de uniformidad globalizada. "La música y el estilo son asuntos del más alto disfrute, ¿por qué convertir su experiencia entonces en un sufrimiento, en un mal viaje de comida de mierda y lugares que dan asco?", plantea el diseñador.
Sobreproducidos en su indumentaria, cuesta imaginar en un macrofestival a los asistentes a la cita, equilibristas del fino alambre que separa la arriesgada elegancia del puro adefesio. Beben de dos fuentes principalmente: de "la inefable afición británica a emperifollarse" (dice Hemingway) y de la locura por el vintage como refugio que se viene viviendo en la última década, quizá porque como todas las últimas décadas, la de mayor y más vertiginosos cambios de la historia.
Y por esta vez, vintage no es un voluntarioso eufemismo para designar a un montón de piojosa ropa de segunda mano. Las tiendas, escogidas entre las mejores de Europa, ofrecían por un ojo de la cara gafas de sol de los sesenta aún sin desenvolver o vestidos de Biba, rojos y con lunares, para gente como las hermanas Ugelstad Elnaes (Caroline, de 19 años, y Aleksandra, 15). Llegadas de Noruega para calmar su nostalgia por los cincuenta, paseaban el sábado perfectamente ambientadas en una década en la que sus padres ni habían nacido y pese a que durmieron en una tienda de campaña, hábitat hostil para el frufrú.
Esa podría ser otra de las razones de esta gratificante anomalía: el abultado porcentaje de jóvenes entre el público del Vintage vino a demostrar que la nostalgia que nos invade en la era del eterno revival no ha de estar respaldada en las propias vivencias.
El tipo que recibía en el Torch Club (restaurante con big band y lámparas de cristales donde uno se sentía excluido si no vestía esmoquin) se atusaba el bigotito como uno imagina que haría el portero del Cotton Club; las monadas con patines y pantaloncitos se dejaron llevar con indolencia setentera en la pista de Roller Disco como si hubieran estrenado ayer mismo Fiebre del sábado noche; y la moqueta instalada en la discoteca de soul, juraban los más veteranos, era exactamente igual que la que adornaba el Wigan Casino, templo de la música negra de Manchester donde germinó la admiración obsesiva por el northern soul.
Si bien pudo rayar a ratos en la obviedad, el manejo de referencias fijó bien las fronteras de interés de un festival que se pretendía homenaje a "cinco décadas de elegancia británica" (entendida más como Michael Caine que como Beckham, obviamente). Y así, por decenios, se organizó la cosa. Un escenario en medio del bosque remitía a la psicodelia californiana; una fila de cadillacs originales de todos los colores guardaba la puerta del espacio reservado a los cincuenta; y en algo que parecía el plató de Blow Up! reinaron el easy listening y los peinados tipo Cleopatra.
La música también contribuyó, convenientemente distribuida por décadas. Leyendas como The Faces, Earth Wind and Fire, Kid Creole, Joe Bataan o el gran Leroy Hutson hicieron recordar a cada cual aquello que había venido a recordar. Es cierto que el el público parecía más interesado en peinarse al estilo de los cuarenta o en participar en una subasta de instrumentos antiguos, como un piano de los estudios Abbey Road. Había generado tal expectación que la casa de subastas Bonham's confiaba en adjudicarlo ayer por más de 180.000 euros, pero fue retirado poco antes de la puja y sin más explicaciones por parte de la firma.
Con todo, sería injusto decir que lo que sonó en los cinco escenarios fue solo una excusa para este gran aquelarre retro, aunque solo sea por el concierto que ofreció la leyenda del soul Ann Sexton bajo la lluvia (el tiempo también se comportó de un modo exquisitamente británico). Con esa voz, que sonó como fue registrada a finales de los sesenta, brindó a la mitad de su clásico You're loosing me otra de esas recomendaciones, viejas, sí, pero que no pasan de moda ni en los tiempos de Facebook: "En el amor, por muy bien que parezca que lo estás haciendo; siempre acabas tomado las decisiones equivocadas".
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