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me cago en mis viejos III

QUINCE

De repente, me acuerdo de Lucifer, el pureta que se me apareció en Zahara proponiéndome que pusiera precio a mi alma. ¡Hostias, tú, a ver si hicimos el trato de cambiar el alma por la invisibilidad sin que yo me enterara! No recuerdo haber firmado ningún papel, solo haberlo imaginado, haberlo deseado incluso, pero con eso no basta, hay que dar un sí, supongo, y yo no se lo di ni de lejos al nota ese de los cojones. La posibilidad de haber vendido el alma sin darme cuenta me desquicia. Estoy en mi chabolo, hazte una idea, rodeado de esa selva tropical de las paredes, con el puto pez dando vueltas a cámara lenta dentro de su bola. Por entre la vegetación de papel pintado veo a ratos caras que me vigilan. Aguzo la vista y descubro, detrás de unas hojas gigantescas, al Lucifer de Zahara. Cuando me acerco a él, desaparece. ¿Pero qué es esto, hostias? ¿Qué me pasa? ¿Qué hago? ¿Voy a Urgencias, llamo a mi vieja para que me recoja, pido un tranquilizante a la patrona? En esto, la vecina de arriba se pone a llamarme a gritos por el patio interior: ¡Chico, chico, asómate! Abro el ventanuco, miro hacia arriba y la muy loca me arroja una muñeca en bragas que me descalabra si no me retiro a tiempo. ¡Lleva cuidado, coño!, digo yo. Pero no lo digo en el tono de quien se queja, sino de quien pide perdón. Es por el acojone. Estoy dispuesto a pedir perdón por lo mío y por lo de los demás con tal de que todo vuelva a ser como antes.

La posibilidad de haber vendido mi alma sin darme cuenta me desquicia
Más información
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay

Y no he terminado de pedir perdón, créetelo, cuando siento en el estómago un vacío como de agujero grande. ¡Joder, pienso espantado, aquí esta otra vez la invisibilidad! A punto ya de desmayarme, me siento en el borde de la cama y respiro como un asmático. Las manos no me han desaparecido, tampoco los pies, ni las piernas, me toco la cara y la cabeza, que continúan en su sitio, quizá sea una falsa alarma. El malestar comienza a ceder, cede del todo y aquí sigo, empapado en un sudor que parece un barniz con sal, y estoy muy débil y muy solo y muy flaco y muy chungo y muy abandonado, y soy muy infeliz. Entonces dejo caer la cabeza sobre la almohada como el que la coloca sobre un tronco, para que se la corten con un hacha, y me quedo frito.

eduardo estrada

EDUARDO ESTRADA

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