Sabiduría y emoción en palacio
El cantaor granadino Enrique Morente estremece en Los Veranos de la Villa con su quejido oscuro acompañado a la guitarra por David Cerreduela
Vestido de negro y con zapatos blancos de charol. El maestro Enrique Morente (Granada, 1942) se dispone en el centro del escenario. Sobre una tarima y con sus músicos haciéndole pasillos a cada lado, el cantaor inicia el ritual del flamenco. Comienza con una ronda de tonás, en las que después de su cátedra de dolor y cante, le siguen su hijo Enrique, Antonio Carbonell y Ángel Gabarre. El lamento ancestral culmina con un canto por África, personalizado en Nelson Mandela, admirado por el maestro.
Tras un arranque de intensidad negra que abre un silencio sepulcral del público que abarrota los Jardines de Sabatini, donde durante la semana se está celebrando el ciclo de flamenco del festival Los Veranos de la Villa, el maestro, acompañado a la guitarra por David Cerreduela, continúa por cantiñas y alegrías. Morente, como cada noche que canta, estremece con su quejío, remueve las emociones en los tonos altos. Cerreduela conoce al maestro a la perfección, le acompaña y le saca el impulso con su guitarra, que comparte la emoción del cante.
No es la primera vez que Morente pisa este escenario. La última fue en 2008, con un recital clásico que, oyéndolo hoy, suena a la prehistoria. Es el granadino un artista en permanente evolución. Cada noche es distinta, cada noche el cante sabe de manera diferente, siempre oscuro, siempre profundo.
El maestro no habla entre cantes, prefiere concentrarse en su ejecución. El público aplaude con euforia desde el inicio, le agradece la entrega, el conocimiento, la emoción. Recuerda una de sus letras más populares por alegrías, A dibujar una rosa, que elige hacer por los tonos más bajos, en los que se le quiebra la voz, añadiendo más emoción si cabe. Sabe modular como pocos este cantaor granadino curtido en los tablaos madrileños en los años setenta. A Morente, a estas alturas, no hay quien le tosa.
La cátedra de cante continúa con una parada en uno de sus últimos trabajos discográficos, El pequeño reloj. Elige los tientos, cadenciosos, bien mecidos por las palmas y los nudillos de sus acompañantes: Carbonell, Morente hijo y Gabarre, además de los bailaores, metidos esta noche a palmeros, Pedro Gabarre e Israel de los Reyes. Morente acomete los tientos con voz limpia, adolorida, que encuentra el sentimiento más afinado en las notas más altas y que baja a los abismos de la voz quebrada. Morente hijo mira emocionado a su padre y la intensidad, en algunos momentos, le impide continuar con su compás.
Después de las tonás de apertura, el momento de mayor intensidad lo pone Morente con sus malagueñas. No tiene prisa por llegar al cante, y se entretiene en un ayeo que juega sobre las notas y los juegos de voz característicos de este artista renovador y conocedor enciclopédico del flamenco. Morente recoge su cante para expulsar su dolor, lo suelta en las notas más altas. Remata las malagueñas por unos abandolaos rítmicos que dejan paso a unos tangos con la fuerza más absoluta, entregado, sintiendo las palabras que recita con su voz poderosa.
Morente decide entonces presentar a dos espectadores de excepción: uno, Pedro Arias, es hijo del barbero de Buitrago que tuvo Picasso, a quien Morente dedicó su último disco de estudio, y que precisamente en homenaje a este amigo del pintor, presentó en la última edición de SUMA Flamenca en su pueblo. El Autorretrato que de los textos de Picasso hizo Morente culmina en su garganta con la soleá de Pericón de Cádiz, cuyo hijo también se encuentra entre el respetable.
Tras un paseo por el disco, acompañado del baile de De los Reyes y Gabarre hijo, Morente culmina con las bulerías, que cierra como empezó, en pie, demostrando su maestría. "Vámonos, antes de que estos amigos se harten de nosotros", terminó.
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