_
_
_
_
_
me cago en mis viejos III

DOCE

on las cinco de la tarde y estoy vigilando, escondido tras unos bugas, la puerta del colegio de mi sobrino, a ver si sale de una puta vez, cuando empiezo a notarme raro de cojones. La cosa empieza en el estómago, con una especie de sensación de agujero que se extiende poco a poco al resto del cuerpo. Deduzco que me ha sentado mal una pizza de carne podrida que me he tomado en un bar de mierda y pienso que si logro potar se me pasará todo. Pero no poto, pese a las arcadas. Entonces, cuando voy a llevarme los dedos a la garganta, me doy cuenta de que no tengo dedos ni mano ni piernas, no tengo nada... ¡¡Joder, que me he vuelto invisible!! Me busco en el reflejo de la ventanilla del carro detrás del que estoy agazapado, y en su espejo retrovisor, y no me veo, ¡¡coño!!, no me veo, y no me veo porque no estoy. Con el susto desaparecen, una cosa por otra, las ganas de potar y el cuerpo se calma.

No me veo, ¡¡coño!!, no me veo, y no me veo porque no estoy
Más información
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay

Completamente invisible, me siento en la acera e intento poner orden en mis neuronas. No fumo nada raro, ni siquiera tabaco, no tomo pastillas, no me he metido ningún hongo alucinógeno... Es verdad que intento escribir una historia sobre un tronco que se vuelve invisible, pero no soy tan sugestionable. Entonces, me digo acojonado, es que se me ha ido la chola. ¿Adónde? Ni puta idea, brother, lo cierto es que todas las cosas que harías si te volvieras invisible, créetelo, desaparecen del coco en el momento mismo de cumplirse el maldito deseo. Lo único que siento ahora es el pánico a no estar, o a estar de este modo. Puedo mover unas piernas que no tengo, unos brazos que no tengo, una lengua que no tengo. Puedo pestañear y hacer muecas con la boca, pero si me llevo las manos invisibles a los labios o a los ojos, traspaso con ellas la cabeza. ¿Por qué me habrá tocado a mí? ¿Qué he hecho yo? ¿Que qué has hecho?, me respondo enseguida, has hecho el gilipollas, el imbécil, el tonto, el bobo, hasta que la has cagado. Y entonces me pongo a llorar unas lágrimas impalpables y entre ellas veo salir del colegio a mi sobrino, pero no me siento con fuerzas para seguirle y me quedo en la acera, hecho un trapo que nadie ve.

EDUARDO ESTRADA

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_