Por una fiesta sin sangre
El debate sobre la fiesta de los toros parece no tener fin, y la verdad es que me alegra que esto sea así, de esta manera los toros tendrán al menos una oportunidad. Soy de la opinión de que haciendo el suficiente esfuerzo, atendiendo a lo que otros dicen e incluso leyendo, se pueden entender casi todos los argumentos.
Pero hay en este caso algo que, por mucho que lo intento, no acabo de asumir. ¿Es necesario que, para que el arte del toreo se manifieste, el animal deba morir? ¿No tendría la fiesta el mismo duende sin el sufrimiento del animal? ¿Para qué las banderillas, la puya y la espada? El torero demostraría el mismo valor y arte, y tendría oportunidad de hacerlo durante más tiempo, y los aficionados no tendrían que aguantar los capotazos del torero cuando el toro, exhausto, no quiere embestir. En fin, quedaríamos todos contentos.
Dudo que esto pueda pasar, debe ser que no comprendo los valores de la fiesta, según los entienden los tres políticos -Carmen Calvo, Cid y García Escudero- que firmaban un artículo en EL PAÍS del 10 de agosto. Pero como soy curioso y quiero aprender, les pregunto: ¿cuántos toros tengo que ver morir sin ninguna gana y probablemente con repulsión, hasta que tras insistir e insistir, por fin descubra que he vuelto a asumir todos los valores culturales asociados a la fiesta?
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