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Columna
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Superficiales

Justo ahora hace dos años, Nicholas Carr publicó en The Atlantic un artículo que creó polémica. El artículo se titulaba "¿Google nos está volviendo estúpidos?" y en él Carr advertía sobre el efecto pernicioso de Internet en nuestras mentes. En los últimos años, había tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, estaba jugando con su cerebro, remodelando sus circuitos neuronales, reprogramando su memoria. Ya no pensaba como lo había hecho habitualmente, un sentimiento que se acentuaba cuando trataba de leer un libro. Antes le resultaba fácil sumergirse en la lectura de un libro, podía pasar horas disfrutándolos o desentrañándolos. Pero eso se acabó. Ya no puede concentrarse ni mantener su atención más allá de dos o tres páginas; pierde el hilo con rapidez y comienza a entretenerse con cualquier otra cosa. La lectura profunda se le ha vuelto una tarea fatigosa. Años de búsqueda y surfeo por la Red serían, según Carr, la causa de ello. El cerebro humano, nos recuerda, es infinitamente maleable y tiene la habilidad de reprogramarse a sí mismo en función de sus actividades. ¿El precio a pagar por las máquinas que piensan, no sería que las personas dejen de hacerlo?

El artículo suscitó un debate en Edge y en Encyclopaedia Britannica Blog y fue particularmente vivo el que mantuvieron en este último Clay Shirky y el propio Carr. En términos generales, se partía de que nos hallamos ya en una época posliteraria, de que se acabó la sacralización de los grandes textos, y Shirky llegó a cuestionar la validez actual de un libro que todos consideraban canónico, Guerra y paz, al que consideraba demasiado largo y no muy interesante, lo que provocó un debate colateral. Entre los participantes, Daniel Hillis señalaba que no es Google el que nos vuelve estúpidos, sino nuestra insaciable demanda de información. Otro participante, Kevin Kelly, aseguraba que no le importaría perder 20 puntos en su coeficiente intelectual al desconectarse de Google AI, si ganaba 40 puntos mientras estaba permanentemente conectado a él.

Recientemente, Carr ha desarrollado las ideas de su artículo en un libro, The Shallows. En él incide en la maleabilidad de nuestro cerebro y en el continuo proceso de creación -y de destrucción- de nuevas sinapsis, proceso que dura toda la vida, en contra de lo que se creía anteriormente. Se apoya para ello en recientes descubrimientos de la neurociencia, de los que hace una síntesis bastante impresionante. Una de sus conclusiones es que Google basa su negocio en la distracción: se trata de que cliquemos lo más rápidamente posible, sin detenernos mucho en ninguna información relevante. La consecuencia sería que evolucionamos en el sentido inverso a como hasta ahora lo había hecho la civilización: iríamos de ser cultivadores de un conocimiento personal a convertirnos en una tribu de cazadores-recolectores en un bosque de datos electrónicos. Discutible, sin duda, pero merece la pena leerlo.

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