Ravello y la locura en las artes
'Follia barocca', de Levaggi, propone una lectura abstracta cercana a la instalación
El tema conductor del Festival de Ravello 2010 es la locura. El gran escenario de Villa Rufolo, sitio ciertamente envolvente donde Richard Wagner recaló mientras componía Tannhäuser, anteayer por la noche cerró su propuesta dancística con el Balletto Teatro di Torino y una coreografía de su creador de cabecera, Matteo Levaggi: Follia barocca, con música original e interpretada en directo por el joven violonchelista y compositor Lamberto Curtoni (Turín, 1987). Levaggi ha profundizado en la estructura de un gran ballet abstracto, coral y luminoso, sobre la plástica que le facilita la colaboración con la ex bailarina y artista visual Samantha Stella, miembro fundadora del grupo Corpicrudi, hoy presente en la lista de vanguardia de los principales museos y galerías del arte contemporáneo.
Matteo Levaggi confió en Curtoni, discípulo de Giovanni Sollima, que interpreta en directo la propia obra apoyándose en elementos electrónicos y grabaciones que ha generado él mismo, de modo que lo precedente se empasta con la sonoridad viva y ningún otro instrumento como el violonchelo para estos menesteres. El resultado contribuye a una atmósfera inquietante, compleja y muy dramática que resulta inclasificable. La base es La follia de Marais, y aún hay obras que usan esta antigua forma musical, que se sitúa ancestralmente en Portugal y a su escritura acudieron todos los compositores barrocos. Aquí hay una línea impuesta por el coreógrafo muy clara y precisa: ninguna concesión a las tentaciones descriptivas, a la dulcificación a que invita el propio aire musical en su origen estilístico, sino a su fondo semántico y metafórico. Curtoni reconoce haber explorado el trabajo de Jordi Savall alrededor de varias composiciones antiguas, y tanto es así, que de alguna manera le cita en la ejecución.
Ya antes Levaggi y Stella colaboraron en Primo tocare, una coreografía de éxito que le ha dado la vuelta a Europa y donde se roza el tema de la performance activa y de la critica a la moda. En Follia barocca -que se estrenó en Turín el pasado febrero- la teatralidad convencional se ausenta en función de un baile frenético, virtuoso y exigente que no da respiro a los intérpretes, que les exprime en todas sus posibilidades. Sensualidad, choques corporales premeditadamente violentos, asociaciones de figuras que evocan de manera sutil la pintura manierista y sobre todo, una gran potencia expresiva. Son las claves en las que se mueve la obra de una hora de duración, desarrollada sobre un suelo blanco en que las luces de Marco Policastro ahondan en el resultado escultórico. Levaggi dice: "La danza debe ser fluida, apoyarse sensualmente sobre una partitura musical que tiene su vida propia y de ello forzar un flujo de formas mantenidas en la voluntad abstracta". La estructura coreográfica, matemática en sí misma, con rasgos de obsesiva cuadratura que se funden al ostinato musical, van complicando el mosaico en que un personaje de negro es el eje de los conflictos.
Ese bailarín seduce a la vez que resulta vengativo, huidizo y disconforme con cualquier tratamiento armónico. Puede que de manera inconsciente, en Follia barocca la muerte se dispone como un velo potente y opresivo, una acción de caída y respiración. En el suelo unos espejos resultan un refugio, una referencia a Narciso o a la intimidad que la locura en su éxtasis aleja.
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