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Columna
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Compro oro

David Trueba

Semanas atrás nos llegó la imagen del Papa repartiendo bendiciones en audiencia privada a los empresarios que han puesto dinero para patrocinar la gira del Santo Padre por España. El respeto por la visita de un jefe de estado, aunque sea de un estado de ánimo, no evita que aquella imagen tuviera algo de deportiva. Emparentó al Papa con el ganador del Tour o de un GP de Fórmula 1, que tiene que hacerse la foto con los patrocinadores, para que quede claro que nada es gratis en esta vida, ni mucho me temo que en la otra. Ayer mismo, Contador y Alonso, nos regalaron otro fin de semana de éxitos deportivos nacionales, algo que ya es casi habitual y provoca que muchos quieran cambiar el nombre al Reino por el de República Deportiva.

El goce de sus victorias se resiente al verlos abducidos por tal cantidad de publicidad. Más que deportistas de élite, a veces parecían aquellos hombres anuncio que el alcalde Gallardón quiso retirar de las aceras de Madrid porque consideraba que verlos portar los cartelones de "Compro Oro" atentaba contra su dignidad. Por lo visto, los pobres tienen que tener más dignidad que los ricos. La transmisión de La Sexta es muy respetuosa con el epílogo de las carreras, porque ahí es donde los pilotos pasean de patrocinio en patrocinio. En este GP de Alemania, la presencia del Banco de Santander tuvo algo de exagerada, casi pesadillesca. Hasta el punto de que uno de los trofeos fue entregado por el alto ejecutivo de la rama alemana. Pasa a menudo. Deberían aprender de Hollywood, por más que las empresas japonesas de tecnología o las petroleras tejanas han sido dueñas de los estudios de cine, jamás sus ejecutivos se han atrevido a entregar ellos el Oscar a mejor actriz o mejor película. Siempre han respetado el sentido del espectáculo, no queriendo mancillar demasiado con la apabullante autoridad del dinero las ingenuas ilusiones de los ciudadanos ni restregar la marca hasta empobrecer el show. La cosa resulta tan grosera como ver salir del restaurante a un tipo presumiendo a gritos de que ha sido él quien ha pagado la cena a sus invitados.

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