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Reportaje:

En el país de los futbolistas felices

El santiagués 'Pulpis' cuenta su vida como seleccionador tailandés de fútbol sala

Desde su retiro veraniego en Santiago y antes de que el 6 de agosto un avión le devuelva a Bangkok, José María Pazos habla de Tailandia con fascinación y desapego, embelesado y crítico a la vez. A Pazos casi todo el mundo le conoce como Pulpis, el hijo de los dueños de la pulpeira de Vista Alegre, el que soñaba con ser pulpo en tierra, no en cazuela, cuando bajo palos trataba de sacar tantos brazos como Arconada, su ídolo de la niñez. Al final el fútbol es su vida, el fútbol sala, que le ha llevado a dirigir los mejores equipos gallegos, pero también a entrenar en Rusia, Croacia o Tailandia, donde ejerce como seleccionador desde febrero 2008. "Fui para tres meses", recuerda. Y acaba de firmar un contrato que vence en 2013, meses después del gran desafío, de ejercer como anfitrión en el próximo Mundial de fútbol sala, un reto que le invita a desoír otras ofertas.

En Bangkok se puede asistir a partidos dentro de templos budistas
"Para mis jugadores la familia lo es todo. Vienen con sus madres a entrenar"

A Pulpis le mueve la pasión por la pelota y la táctica, pero también la aventura, la vocación por acumular experiencias y convertir el deporte en una escuela de vida. Quizás por eso cuando mira hacia Tailandia habla más de aspectos sociales que de futbol sala, o relaciona ámbitos. "No sé con qué idea me marché para allí, pero lo que me encontré seguro que no tiene nada que ver con lo que me esperaba", anticipa.

Llegó a Bangkok, magna capital de contrastes, la más occidental y a la vez la más asiática, en la que puede comprar la comida española que se le antoje, asistir a partidos en el interior de templos budistas o conocer hospitales en cuyas salas de espera un cuarteto de violinistas hacen más amena la demora. "Los tailandeses tienen una mentalidad que les lleva a ser felices con poco. No piensan en el mañana. Ganan, pierden, pero les da igual. No son competitivos, nada les quita el sueño ni les estresa".

Esa arcadia no es el mejor campo de cultivo para generar un equipo ganador, pero Pulpis ha conseguido resultados. En apenas unos meses clasificó a Tailandia para disputar el Mundial de Brasil. Allí superaron a Estados Unidos, perdieron por la mínima ante Italia y Portugal sólo pudo doblegarles en los últimos segundos. Cayeron por goleada contra Paraguay, en el partido clave para acceder a la siguiente ronda. "Los jugadores tenían presión y ahí su mentalidad ya les impide responder", aclara.

El buen papel en el máximo escaparate le animó a seguir, a crear un atisbo de estructura, reclutar una selección sub 21, escudriñar en busca de talentos y modelarlos con un papel didáctico que incluye explicar a sus chicos que no pueden faltar a un entrenamiento de la selección por llevar a sus padres al médico o a su madre hasta la aldea. "Les hice ver qué pasaría si Fernando Torres hiciera lo mismo y le pusiera esa disculpa a Luis Aragonés o a Vicente del Bosque".

No lidia con aficionados. Sus futbolistas cobran en torno a los 1.000 euros mensuales, un capital si se considera que el salario medio del país no llega los 200. "Son profesionales por lo que cobran, pero no por sus actuaciones. Tenemos la imagen de japoneses o coreanos, pero los tailandeses son totalmente opuestos: carecen de disciplina, no son metódicos ni trabajadores. Son así, pero la parte negativa encierra otra positiva porque, como todo lo improvisan, son muy creativos y, como viven en una sociedad jerarquizada, tienen una respeto increíble hacia el entrenador".

Son futbolistas curtidos en la calle, en pachangas eternas, en torneos maratonianos en los que se cruzan lucrativas apuestas. Con déficits también. "Me encontré a chicos con un talento descomunal que eran incapaces de hacer flexiones de brazo. Pero juegan en cualquier sitio, debajo de los puentes. Tailandia parece, en ese sentido, Brasil", compara Pulpis, que, con todo, duda sobre un aterrizaje con éxito de futbolistas de ese perfil en la competición occidental. "Alguno ya ha tenido ofertas, pero les sería complicado adaptarse. Son chicos muy apegados a su entorno. Muchos de ellos con menos de veinte años ya tienen mujer e hijos, pero vienen a los entrenamientos con sus madres. Para ellos la familia lo es todo, lo pasarían mal lejos de ella".

Pulpis se fue a Tailandia, pero resulta complicado imaginar a un tailandés en Compostela. "Cuando venimos de gira se traen hasta la comida", recuerda el técnico. La última vez que los trajo por Galicia les llevó a la pulpeira de sus padres. Obedientes, se sentaron ante los platos de madera, cogieron los palillos y sacaron el chile. Se lo echaron encima. "Necesitan que esté todo muy picante". Luego volvieron todos a Bangkok, la ciudad donde Pulpis comanda a un grupo de jóvenes que empiezan a comprender que si trabajan pueden empezar a competir y que si compiten, ganan. Y que la victoria puede tener un sabor más imperecedero de lo que sospechan.

José María Pazos, Pulpis, esta semana en una calle del casco antiguo de Santiago.
José María Pazos, Pulpis, esta semana en una calle del casco antiguo de Santiago.ÓSCAR CORRAL

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