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Columna
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Las burras de Buridán

Jean Buridán fue un teólogo del siglo XIV que sostenía que todas las decisiones debían someterse al cálculo minucioso de la razón. Sin embargo, no pasó a la historia por ello, sino por darle apellido a un burro: el asno de Buridán. Este fue el nombre que le pusieron los escolásticos a un animal que utilizaron como argumento para satirizar su posición. Se trataba de un burro hambriento y sediento al que le colocaban delante un montón de avena y un cubo de agua. El animal, sumido en la duda entre beber o comer, moría finalmente de inanición y de sed por no haber sido capaz de moverse en dirección alguna.

Durante una década, al proceso de fusión de las cajas de ahorros en Andalucía le ha pasado como al asno de Buridán, que el Gobierno andaluz no sabía si aspiraba a una gran caja o era mejor tener dos. Si CajaGranada pactaba una fusión fría decía que era bueno un día y malo al día siguiente. Algo parecido ocurría con la propuesta para hacerse con el control de Cajasur. Que una semana apoyaba a Unicaja y a la siguiente a Unicaja junto con Cajasol. Las cajas andaluzas, sumidas en la duda entre su provincianismo o la fusión, o entre la lucha de egos de sus respectivos presidentes, van de fracaso en fracaso camino del batacazo final.

El presidente andaluz, José Antonio Griñán, decidió sacar al PSOE de la duda permanente en el proceso de reestructuración del sistema financiero regional. No fue ni su consejero de Economía ni el PSOE andaluz. La decisión sobre si elegir el montón de avena o el cubo de agua ha sido suya. Y se lo jugó todo a una carta exclusivamente política. El resultado demuestra que se equivocó. Erró al pensar que era posible que CajaGranada diera marcha atrás a su fusión fría con cajas foráneas. Se equivocó luego al plantear una posible oferta conjunta de Unicaja y Cajasol para hacerse con el control de Cajasur. Y fracasó estrepitosamente en su estrategia para que el Banco de España mantuviera el control de la caja cordobesa en Andalucía.

Los filósofos dicen que el burro de Buridán es un ejemplo del principio de razón suficiente formulado por Leibniz, según el cual si no hay una razón para que una cosa suceda en vez de otra, no sucede nada. Cajasur se escapó en su día de las leyes autonómicas, y ahora, tras su venta, vuelve al mismo sitio: lejos del sistema financiero andaluz. Mucho tiempo hablando, pero al final no ha pasado nada. Nada beneficioso para Andalucía. Las manifestaciones de los dirigentes del PSOE andaluz, quitando trascendencia a lo ocurrido, tras el varapalo que supuso la decisión del Banco de España, son irrisorias. Solo hay que recordar las declaraciones que esos mismos dirigentes hicieron unas horas antes para darse cuenta de que habían fracasado con estrépito. Ahora nos quieren vender la burra. La burra de Buridán.

Con todo, el mayor ejemplo de la paradoja del asno de Buridán no lo encontramos en las cajas andaluzas, sino en el Puerto de Málaga. Un espacio donde han confluido dos personajes coetáneos del teólogo francés del siglo XIV, que es más o menos la época en la que ambos empezaron a tener cargos públicos. Se trata del alcalde, Francisco de la Torre, y del presidente de la Autoridad Portuaria, Enrique Linde. Los fantásticos hombres-duda. Dos personas que llevan más de 16 años debatiendo sobre el uso público del recinto portuario, cerrado a los ciudadanos por una verja que lejos de ir desapareciendo va creciendo con el paso de los años y de las obras. Dos cansinos antropológicos. Dos vendedores de burras de Buridán, que un día nos ofrecen un edificio de cines y restaurantes, y otro un complejo cultural que esconde la ampliación de un supermercado. Y allí siguen ambos, sin decidirse por un proyecto atractivo para la ciudad o rentable para la empresa concesionaria de las obras. Y el puerto muriendo de inanición, como el sistema financiero andaluz.

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