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Columna
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Reforma del Estatuto, ¿para qué y para quién?

El episodio del nuevo Estatuto de Autonomía catalán nos ha dejado muchas lecciones. Dada nuestra impericia para valorar la sentencia en sí misma y las consideraciones deslizadas por los miembros que finalmente compusieron el tribunal que sentenció el texto estatutario, nos quedamos con esa estampa de un compuesto por miembros en una situación si no de irregularidad sí muy discutida y discutible. Un tribunal depurado ideológicamente, eliminado el único miembro sospechoso para el PP de interpretar la Constitución de un modo aceptable para los catalanistas.

El debate en el Tribunal Constitucional, un debate tóxico, comenzó con la recogida de firmas y el boicot a los productos catalanes: una pretensión política se transformó en la lid de dos nacionalismos. Es probable que pasado un tiempo la ciudadanía catalana consiga disfrutar del grado de autogobierno que desean a través de la negociación política y por procedimientos administrativos, pero ese enfrentamiento ya ha dejado una ofensa en la sociedad catalana. Todo ello fue un conflicto absolutamente ideológico y esencialista, un debate indeseable en el que se ha mostrado una vez más la firme voluntad nacional en la sociedad catalana y el poder de los intereses radicados en Madrid y la resistencia del nacionalismo español. Si creyésemos que los procesos históricos son cosa de unos pocos años, diríamos que España no tiene remedio: que si el Estatut, los toros, la lengua castellana... Cuando una brillante selección española de fútbol, con mayoría de jugadores catalanes, llega a Madrid su victoria es celebrada con la actuación de un joven cantante que hace unos años, seguramente por desconocimiento y sin maldad, gritó un "¡arriba España!" al final de su actuación y por Manolo Escobar, un artista que merece respeto pero que, muerta Lola Flores, representa a una España rancia que esta selección desmentía. No era necesario que cantase Serrat en catalán, eso en esta España ya es impensable, pero tampoco era necesario ese alarde de casticismo burdo.

Si la historia fuese cosa de pocos años, diríamos que España no tiene remedio Galicia puede constituirse en nación y por su bien debería hacerlo

Como una consecuencia del nuevo Estatuto catalán, a su rebufo, se ha vuelto a plantear la posibilidad de un nuevo Estatuto de Autonomía gallego. Me pregunto quiénes lo quieren y para qué. Quién se pregunta esto es un ciudadano gallego y español que no cree que España sea un estado-nación, como creen unos conciudadanos y quieren otros, sino una nación histórica. También cree que Galicia, en la cabecera de dos reinos y de una lengua que es la de varios estados y jurídicamente un reino hasta el año 1833, es una nacionalidad y, reconocida como nación cien años más tarde en el IX Congreso de las Nacionalidades Europeas en Berna en 1933, puede constituirse en nación y debiera hacerlo por su propio bien. Contra nadie y a favor de sí misma. Otra cosa es qué se entiende por nación, cuando los estados europeos han entregado voluntariamente gran parte de su soberanía a un nuevo proyecto, la Unión Europea. Pero como no es lugar para definir nacionalmente a Europa, España, Cataluña o Galicia, me conformo con llamar a España nación de naciones, cosa que nos debiera servir para ir viviendo y conviviendo, que es de lo que se trata y no de golpearnos por una u otra esencia.

Los gallegos que sentimos preocupación por nuestro país solemos compararnos con vascos y catalanes, recreándonos en que, por ahora, aún conservamos una lengua y cultura propias. Apelamos a la lucha nacional desde el siglo XIX y al Estatuto de Autonomía en la República, pero ¿tiene sentido que nos comparemos? Quién se dé una vuelta por Euskadi o por Cataluña pondrá eso en duda, sólo somos la sombra de una nacionalidad. Tristemente somos antropología, una lengua amenazada de desaparecer aquí y una debilísima conciencia nacional.

Veamos nuestra realidad. Hace un par de años quedó aparcado el diálogo político para redactar un nuevo Estatuto. El PP se levantó de la mesa. Posteriormente, el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, repitió que no era el momento, que no le interesaba a nadie. Por otro lado, su Xunta se dedica a descuartizar el autogobierno y a recortar la lengua y todo lo que sea identidad colectiva propia. ¿Por qué iba ahora a querer ampliar el autogobierno gallego? La nuestra es una autonomía que se amputa a si misma. Para qué queremos un Estatuto más amplio si en todos estos años hemos desperdiciado las posibilidades que nos proporcionaba éste. Nos sobra Estatuto, lo que nos falta es conciencia y voluntad nacional y partidos gallegos capaces. Núñez Feijóo tiene razón, esta Galicia de hogaño no merece ni lo que tenemos, la prueba es que él ocupa el Gobierno gallego para hacer carrera en Madrid.

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