Secretos del 'ministro siniestro'
Blair quiso dejar el poder en 2002, pero lo aplazó porque Bush decidió la invasión de Irak. Lo cuenta Peter Mandelson, 'El Príncipe de las Tinieblas', en un crudo relato sobre el poder
Si busca usted reflexiones sobre la huella intelectual del Nuevo Laborismo británico o un análisis de su impacto político, olvídese de El Tercer Hombre, el libro dememorias que el exministro y ex comisario europeo Peter Mandelson ha publicado esta semana. Pero si le interesa un crudo relato sobre el poder, los enfermizos pulsos entre Tony Blair y Gordon Brown, las complejas relaciones entre los políticos y los medios de comunicación, en una palabra, si a usted le apasiona la burbuja de Westminster y además es capaz de leer en inglés, no se lo pierda: cómprese el libro cuanto antes.
En lasmemorias de lordMandelson hay cosas que nunca habían sido contadas con tanta crudeza, en primera persona, por uno de los principales protagonistas de la etapa política que los británicos enterraron en las urnas hace poco más de dosmeses. Más en primera persona que nunca porque si algo no se puede reprochar al autor es falsamodestia: empezando por el título y el subtítulo, Una vida en el corazón del Nuevo Laborismo, con los que el autor se sitúa a símismo al mismo rango que los dos ex primeros ministros británicos. O con el papel igualitario que se desprende delmote con el que se refiere al trío Blair-Brown-Mandelson: los tres mosqueteros.
El Tercer Hombre no pretende ser imparcial. Mandelson nunca intenta hacer un relato distanciado y objetivo. Quiere explicar cómo ve lo que pasó en esos años. Inevitablemente, su testimonio le convierte a él, un hombre al que comparaban con Maquiavelo y llaman el Príncipe de las Tinieblas, en un hombre bueno, eterna víctima de maquinaciones ajenas. Y revelan una cierta obsesión por la imagen negativa que proyecta: "Para algunos que creían en el cambio, yo era un héroe. Para otros, yo era el anti- Cristo. Para el público era alguien al que podían admirar por su tenacidad y su determinación, pero también una figura tenebrosa, "el ministro siniestro. No alguien cálido. No alguien humano".
No son las primeras memorias de los grandes protagonistas del Nuevo Laborismo. El todopoderoso Alastair Campbell, primero portavoz y luego director de Comunicación y Estrategia de Tony Blair, ha publicado ya dos volúmenes de diarios. Pero los laboristas aún estaban entonces en el poder, un factor que contribuye siempre a la mesura. Mandelson ha sido el primero en llegar a los quioscos estando ya en la oposición y con las manos libres. Aunque en el epílogo asegura que no da por acabada su carrera política, sus mejores días en Westminster son ya pasado.
Las memorias de Blair todavía no tienen fecha de publicación, aunque sí título. Inicialmente se iban a llamar The Journey, el viaje o el camino. Pero la editorial, Random House, acaba de anunciar un sutil cambio: se llamarán A Journey, un viaje, más modesto y menos mesiánico. Pero tanto el uno como el otro parecen anunciar unas memorias más cercanas a la autojustificación y al iluminismo que al chismorreo o la venganza.
Las memorias de Mandelson tienen por encima de todo a una víctima: Gordon Brown. Sus bruscos cambios de humor, sus obsesiones, su conocida tendencia a la paranoia, nada de eso es nuevo para el lector: otros libros ya lo han descrito antes. Pero Mandelson lo hace con la crueldad del que parece que no quiere hacer daño a sabiendas de que lo hace: sin escatimar elogios entre puñalada y puñalada.
El retrato negativo de Brown se corona con una frase lapidaria que Mandelson atribuye a Blair y que, como no podía ser de otra manera, ha encabezado los resúmenes de las memorias: "Gordon está loco, es malo, es peligroso y no tiene remedio". Mandelson lo escribe dejándolo caer,matizando que Blair le dijo eso en un momento especialmente tenso entre los dos líderes del laborismo.
Peter Mandelson se inclina por la versión de Blair y cree que, en la famosa cena entre ambos en el restaurante Granita de Londres en 1994, cuando quedó claro que iba a aspirar al liderazgo laborista tras la inesperada muerte del líder de entonces, John Smith, nunca le prometió a Brown que dimitiría para dejarle a él ser primer ministro tras una legislatura en Downing Street. En cambio, asegura que sí hubo una promesa incumplida: Blair le prometió a Brown en la segunda legislatura que no optaría a una tercera en 2005. Blair le confirmó a Mandelson ese compromiso, pero le explicó que era con la condición de que dejara de torpedearle desde el Tesoro y le ayudara a cumplir su programa de reformas. Blair cree que Brown no respetó esa parte del compromiso y en 2005 volvió a ser el candidato laborista.
El libro explica también que Blair estuvo a punto de dejarlo todo en 2002, pero que no lo hizo porque George W. Bush preparaba la invasión de Irak. Y que si se comprometió en público a no volver a presentarse si era reelegido por tercera vez fue porque la crisis de Irak le había dejado completamente debilitado frente a Brown.
Pero los rencores no sólo se dirigen a Brown. Quizá los más personales van contra el propio Blair, que en dos ocasiones le forzó a dejar el Gobierno. Primero en diciembre de 1998, cuando llevabamenos de seismeses al frente de un ministerio, Industria. Cuando los laboristas aún no estaban en el poder aceptó un préstamo de su compañero de filas Geofrey Robinson por 373.000 libras (445.000 euros al cambio actual) y no lo declaró al ser nombrado ministro.
En el libro,Mandelson defiende su buena fe en este asunto, pero parece aceptar que Blair no tenía muchas más alternativas que forzar su dimisión. Y destaca que Cherie Blair le invitó esa tarde a pasar el fin de semana en la residencia campestre de los primeros ministros en Chequers y a celebrar la Navidad días después.
Es su segunda dimisión la que ha dejado en Mandelson cicatrices imborrables. Ocurrió en enero de 2001, cuando era ministro para Irlanda del Norte. Y se debió a sus supuestas gestiones para facilitar un pasaporte británico al empresario indio Srichand Hinduja. Mandelson defiende que las acusaciones contra él estaban distorsionadas y que nunca hizo una gestión personal para acelerar el pasaporte. Pero Blair dio más crédito a la versión del Home Office y le obligó a dimitir.
"Esta vez no hubo llamada de consuelo de Cherie. No hubo invitaciones a Chequers. Ni garantías de que 'siempre formarás parte de la familia'. Lo peor para mi carrera, y lo más doloroso, es que esta vez no había la más mínima señal de que Tony viera algún camino de regreso", ironiza.
Y en otro momento muestra hasta qué punto eso afectó para siempre a sus relaciones con Blair: "Me sentí dolido sobre todo por Tony. Durante quince años habíamos sido no sólo los aliadosmás estrechos: éramos amigos, o al menos todo lo amigos que se puede ser en política. Pero cuando más le necesitaba —no para que me apoyara a ciegas, sino por una simple cuestión de justicia y que tuviera en cuenta los hechos antes de actuar— me dejó tirado". "Lo que más me molestaba es que, en medio de toda la comedia de errores que acabó conmi carreraministerial, tuve la sensación de que Tony pensaba que no le valía la pena tomarse molestias por mí, que yo era prescindible", se lamenta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.