La nieta de Nosferatu
Sonja Kinski protagoniza una de las cuatro exposiciones que La Conservera dedica a la música y a la memoria
Durante 11 espantosos minutos, una chica muy joven y muy guapa, vestida con camiseta y unas bragas oscuras se mueve y corre por una habitación en la que el decorado muestra alguna huella de sexo sadomaso. Mucho primer plano con un rostro que va del éxtasis al dolor bajo una música enloquecedora. Se sabe que hay violencia física y psicológica. Sangre y cuchillos que van más allá del gore. Es Goner, la última obra de la videoartista Aïda Ruilova (Wheeling, West Virginia, EE UU, 1974), protagonizada por la actriz Sonja Kinski, hija de Nastasia y nieta de Klaus Kinski. La obra forma parte del nuevo ciclo de exposiciones del centro de Arte Contemporáneo La Conservera en Ceutí (Murcia), dedicado en esta ocasión a la música y a la memoria.
Kristofer Ardeña ha invitado a 12 grupos de rock a recrear el himno filipino
Es la primera vez que Sonja Kinski, actriz de cine y teatro, participa en un proyecto de esta clase. Se confiesa amante del arte contemporáneo y asegura que aceptó la propuesta de Ruilova solo porque le pareció interesante. Orgullosa de su apellido, se ríe al oír que va a ser conocida como la nieta de Nosferatu. Le gusta el cine de terror, pero, con 24 años, sigue esperando a que le llegue un gran papel. La directora del vídeo explica que toda su obra está dedicada al mundo de las obsesiones, de la violencia y de la angustia. No tiene intención de adentrarse en el cine comercial, pero reconoce que Polanski es uno de sus grandes referentes. En cambio, no quiere opinar sobre la libertad que acaba de conseguir el cineasta. "Yo no sé lo que hizo. No estuve allí. Lo único que puedo decir es que me fascina su cine".
Pero el antiguo espacio dedicado al envase de las frutas y verduras no solo ha sido invadido por el terror. Kristoffer Ardeña (Dumaguete, Filipinas, 1976) ha invitado a 12 grupos musicales asentados en la zona a recrear el himno nacional filipino, algo por lo que fue anatemizado Serge Gainsbourg con su fantástica versión reggae de La marsellesa. Su instalación está formada por una gran pantalla con la letra de la canción y la proyección de las versiones ultramodernas en las que se ha transformado el himno patriótico. Las bandas murcianas Los Últimos Bañistas y Varry Brava hicieron sonar en directo sus versiones hasta altas horas de la noche.
El homenaje más directo a la música se encuentra en la obra de Eduardo Balanza (Murcia, 1971), una recreación del mundo de las discotecas en la que se muestra su importancia a la hora de marcar tendencias. Entre luminosos con forma de antiguos radiocasetes y 40 pares de zapatos de cartón inspirados en la famosa canción Estas botas están hechas para caminar, de Nancy Sinatra, Balanza ha reconstruido una minidiscoteca, también de cartón que recrea la sala Cookies, el mítico club berlinés de los noventa. En medio de todo esto, 600 vinilos de su colección particular forman una escultura sobre la que se levanta un cartel en el que se lee "The record is not over yet". En realidad, la pieza de Balanza comienza en la carretera que lleva a La Conservera, junto a la que ha instalado una valla publicitaria con un aviso: "La música electrónica no tiene el monopolio de las pistas de baile". Y se la ha firmado a J. S. Bach.
El tema de la memoria ha sido desarrollado por el colectivo Assume Vivid Astro Focus que se presentan como nacidos en cualquier momento entre los siglos XX y XXI en varias partes del mundo. Sus portavoces más visibles son Eli Subrack, nacido en Río de Janeiro hace 42 años y Chistophe Hamaide, parisiense de 27 años. Su instalación es la más espectacular y colorista. Es el mundo Trans. Dos travestís (skaydancers) esculpidos en el plástico con el que se construyen los paracaídas, de siete metros de altura y vistosos órganos sexuales, dan la bienvenida al visitante con una energía que se multiplica en función de la luz y de la música. Aseguran que todo está en permanente transformación: los paisajes, los edificios, las personas.
A través de un largo túnel se invita, después, al espectador a acceder a una instalación-construcción en forma de monumental pirámide. Los visitantes pueden acceder a lo más alto, casi 7,5 metros de altura, y descender por ella. La pirámide está revestida por paneles recubiertos por una selección de sus característicos papeles pintados o decals (calcamonías), de colores chillones y formas psicodélicas. Explican que se trata de envolver al visitante, de la misma manera que una persona se deja envolver por la música.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.