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Reportaje:El éxtasis de la victoria

"¡Iker, Iker, Iker!"

Miles de mostoleños celebraron enfervorecidos cada parada de su paisano como si fuera un gol

David Marcial Pérez

La juventud es una masa inerte que no se moviliza por nada, dicen algunos sociólogos. Es el fin de la historia, y no existen los rojos; pero la que sí está es La Roja. La selección española es campeona del mundo, y la revolución del fútbol estalló en las calles de Móstoles entre miles de jóvenes, paisanos de Iker Casillas, el capitán de la selección.

Mucho antes del comienzo del partido, la muchachada, ataviada de todo tipo de artículos rojigualdos, ya abarrotaba la plaza de la Cultura, en el centro del municipio. Iván, desde las primeras filas frente a la pantalla de 24 metros cuadrados colocada por el Ayuntamiento, recordaba a un jovencito que lo paraba todo en el patio del instituto. "Iker tiene un año más que yo, pero alguna vez jugaba con él las pachangas del insti. Era imposible meterle un gol".

"Viva el pulpo Paul" y "El 11 de julio, fiesta nacional", gritaba la afición
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El éxtasis de la victoria

A las 20.15, con la multitud mordiéndose las uñas, la banda municipal entonaba el A por ellos. Los tambores y las trompetas apenas se oían ante el enfervorecido coro popular que seguía con sus 3.000 gargantas la aguerrida tonadilla. La catarsis prepartido era el preludio de dos horas de infarto. Aunque no para todos. En medio de la plaza, a José Andrés no le importaba que una maraña de cuerpos le impidiera ver la pantalla. Sentado en su silla de playa le radiaba el partido su hija, en pie detrás de él: "No le gusta el fútbol, viene por el ambiente", decía ella.

Cada parada de Iker, y fueron unas cuantas, era coreada como un gol. "Iker, Iker, Iker". Pero el capitán de la selección no siempre fue ese atlético tiarrón que es ahora. "De pequeño era un niño gordito al que no le dejaban jugar de delantero, y decidió hacerse fuerte bajo los tres palos". Esto decía Carmelo, otro de los veteranos en la plaza que compartió banquillo con el padre del héroe local en un equipo del barrio.

El partido avanzaba y el calimocho fresquito ayudaba a aguantar los envites de los holandeses. Abundaban las neveras portátiles y las carreras a la tienda para repostar el cargamento de hielos. En cada balón parado la megafonía municipal arengaba a las masas con el aguerrido "Oe, oe, oe". Octavio cumplía con la etiqueta de rigor: enseña nacional pintada en las mejillas, bandera atada al cuello y camiseta de Naranjito (aquel entrañable logo afrutado del Mundial 82). "A la gente no le gusta por lo del naranja de los holandeses, pero yo la llevo por el espíritu de Naranjito", decía.

Prórroga. El gol no llegaba y las vuvuzelas ganaban nuevos usos. Ya no se soplaban, se mordían. La tensión y el calor hacían mella entre el público, y a más de uno tuvieron que sacarle a hombros con bajadas de tensión.

Fueron 120 minutos de extenuación que terminaron en estampida nada más pitar el árbitro el fin del partido. Riadas de gente bajaron por la calle de Juan Ocaña hasta la plaza del teatro El Bosque. A la particular Cibeles de los mostoleños le esperaba una noche de desenfreno. "Viva el pulpo Paul", "Iker es Dios" y "El 11 de julio, fiesta nacional", fueron los cánticos que aderezaron los primeros chapuzones en la fuente. La juventud sí se manifiesta.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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