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Reportaje:TOUR 2010 7ª etapa

Asalto de estudio y brea derretida

El primer día de algo parecido a la montaña devuelve a Chavanel al primer plano de la carrera y revela la figura de Rafa Valls

Carlos Arribas

Cada cima del Tour despierta un sentido. El Tourmalet, el de la vista, seguro; Alpe d'Huez, el del olfato, el acre olor de los embragues quemados de los coches aparcados en la meta; Les Rousses, que sólo es un segunda en el macizo jurásico, nada del otro mundo a simple vista, apenas 1.200 metros de altitud y ricos pastos para las vacas, ofreció ayer, sin embargo, estímulo para dos sentidos, el del oído, el crac-crac de los zapatos sobre la brea derretida, y el del tacto, la pringue del asfalto, pegajosa. Ah, el calor, que dio sentido, importancia, a una etapa de ensayo, que despertó en Federico Bahamontes recuerdos de sus Tours de los cincuenta, aquellos en los que la expresión asfalto derretido formaba parte de todas las crónicas, y una amenaza apocalíptica. "Pero el verdadero calor está por llegar", dice Federico. "Cuando lleguen al Midi, a los Pirineos. Algunos no lo contarán".

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Tormentas de evolución

El tono exagerado, hiperbólico hasta el extremo, del primer español que ganó el Tour está tan pasado como el ciclismo de su época. El ciclismo de ahora es el de la supresión de sentimientos, la negación de la expresión de las emociones, de las emociones mismas. El ciclismo de Rafa Valls, un chaval de Cocentaina, 22 años y debutante en el Tour, que el primer día de montaña surge de entre el pelotón, ataca y termina segundo. La luna, más o menos, debería ser para un ciclista cuyo mayor triunfo hasta el momento es una etapa de la Vuelta a San Luis, en Argentina. Debería estar dando botes de alegría en la meta y llamando a las cámaras y a las radios para hablarles de sus padres, de su novia, de la felicidad. No. Rafa Valls observa el mundo desde detrás de sus gafas oscuras. Frío casi pese al calor. Como al final de una actuación de rutina. Un chico que ha cumplido las órdenes del equipo, ha atacado cuando tocaba, y basta, y aún se lamenta de no haber ganado. Entre tanta hiperestesia, tanto florecimiento de los sentidos, la mudez, o así.

No todo está perdido aún. La emoción se encuentra de vez en cuando. La emoción ayer, hermosa, se llamó Sylvain Chavanel, un ciclista a la antigua que había sentido como una humillación el parón del pelotón a sus espaldas el día de Spa, del descenso tumultuoso de Stockeu. Aquel día, de lluvia fina, a la belga, Chavanel ganó la etapa y el maillot amarillo, pero su suceso quedó sepultado bajo la polémica y el show de Cancellara. Camino de Les Rousses, ayer, los tubulares engordando de brea y gravilla a cada pedalada, su director regándole el cuerpo desde el coche, la determinación tan sobresaliente como sus dientes postizos, provisionales, uno de los recuerdos del accidente que sufrió el último domingo de abril en la Lieja, cuando un coche le atropelló y casi le mata, Chavanel borró la humillación con un ataque en el último puerto, un ataque a la francesa, como se dice ahora, casi denigratoriamente, para subrayar que el único papel del ciclismo francés en la actualidad es ese, el de los ataques para ganar etapas. Pero, curiosamente, Chavanel, el más francés de los franceses, debió huir de un equipo francés, exiliarse en Bélgica, para poder llegar a ser lo que es. Hacía nueve años que un francés no ganaba dos etapas en el mismo Tour. Fue Jalabert el que lo consiguió, también exiliado en un equipo extranjero. Chavanel que había devuelto el amarillo a Cancellara desbordado por las emociones que le despertó el pavés de Roubaix, lo recuperó ya que el suizo lo sacrificó, dejándose ir, ahorrando para hoy.

Para los favoritos, como para los recién llegados, emociones las justas. Un asalto de estudio, un cálculo de lo que es y puede ser cada uno, en cuyo resultado influyó que Contador, ajeno a los dictados de la física cuántica, mandara a sus fieles chicos acelerar a tope en el último puerto. Más que nada para probar a su equipo y a sus rivales, para oír cómo se quejaban del calor, como todos, cómo reclamaban agua sin cesar, cómo Armstrong danzaba para que comenzara a llover.

Chavanel celebra, brazos en alto, su victoria en solitario en la meta de la Estación de Rousses.
Chavanel celebra, brazos en alto, su victoria en solitario en la meta de la Estación de Rousses.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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