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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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Nuestro pasado tren de vida

Lluís Bassets

Tumbos de la historia. ¡El tren de vida! Parecía una expresión desusada, pero de pronto la crisis la ha situado de nuevo en los titulares de los periódicos. No podemos seguir soportándolo, hay que reducirlo, hay que cortarlo. El actual tren de vida del Estado debe cambiar urgentemente. Esos presidentes y ministros sin dinero en el bolsillo, a los que chóferes y guardaespaldas toman a su cargo día y noche y transportan en coches y aviones oficiales, alimentados por los mejores cocineros, alojados en residencias oficiales y en hoteles de lujo, vestidos incluso por los mejores sastres y aprovisionados de los mejores habanos, todo pagado a cargo del erario público, esos bebés obesos y mimados a cargo del presupuesto del Estado serán a partir de ahora como las nieves de antaño, una imagen bucólica añorada. ¿O no?

De hacer caso a Nicolas Sarkozy, y sobre todo su carta de reconvención al primer ministro François Fillon, así serán las cosas a partir de ahora en Francia. El presidente bling-bling, aficionado a los pelucos caros, a los yates de lujo y a las señoras estupendas, se ha enfundado los hábitos de las órdenes mendicantes. Quedan lejos y olvidados aquellos días de su victoria presidencial, cuando reunió a sus amigos ricos y famosos en Fouquet's, el mejor restaurante de los Campos Elíseos, para celebrarlo, antes de largarse de crucero en la barquichuela cedida por otro colega potentado. Su carta no puede ser más explícita: "El tren del Estado será vigorosamente reducido". Y afecta a todos los niveles, empezando por el propio presidente: un avión presidencial en vez de dos y, sobre todo, la supresión de dos símbolos de la monarquía republicana como son el famoso party del 14 de julio, el día de la fiesta nacional y las fastuosas cacerías de jabalíes en los bosques del palacio de Chambord, uno de los ritos mayores que la República heredó de los Borbones.

Lo mejor de la carta presidencial es que ha permitido a los franceses, por si no lo sabían, enterarse de que hay 10.000 coches y 7.000 viviendas de función que se pueden suprimir en los próximos tres años. Que hay ministros que pasan sus gastos personales a la cuenta de su departamento. Que otros no pagan impuestos sobre la renta ni sobre la vivienda. Que hay constantes abusos en la utilización de coches y aviones del Estado. Sarkozy exige también reducir los cargos de libr designación a 20 personas por ministro y cuatro por secretario de Estado. Y se entromete en el uso del papel, los alquileres y el tamaño de las oficinas del Gobierno: hay que reducirlo todo, en muchos casos a la mitad. La respuesta de quienes le critican es que al final es el chocolate del loro. Pero al menos lleva razón en que los Estados, sea francés o español, o sea la Unión Europea, tienen la obligación de "hacer un uso irreprochable del dinero público". Por cierto: con crisis y sin ella.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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