Los fantasmas son contagiosos
Nápoles, 1946. Acosado por el hambre, Pasquale Lojacono acepta vivir en una presunta casa encantada, de la que han huido todos sus inquilinos anteriores. A cambio de no pagar alquiler, deberá desmentir la leyenda negra del palazzo asomándose dos veces al día por cada una de las 68 ventanas, cantando y silbando para demostrar que allí no hay fantasmas.
El eterno perdedor fantasea con esa última oportunidad: cumplirá su encargo, abrirá una pensión y recuperará el amor de María, su esposa, a la que oculta la maldición del lugar. Ignora que ella también tiene un secreto: harta de miseria, ha cedido al cortejo de Alfredo, un hombre rico y casado. Un día, Pasquale sorprende al amante pero le toma por un espectro: un espíritu protector, que deja dinero y regalos por los rincones para que pueda montar su pensión soñada. María, avergonzada, cree que su marido se ha convertido en un triste cornudo que hace la vista gorda. ¿Cuál es la verdad de Pasquale? ¿Es un ingenuo o un aprovechado por instinto de supervivencia? ¿Se fuerza a creer en los fantasmas para escapar de la traición de su mujer y la desolación que le rodea, o acaba viéndolos porque un alma en pena espectraliza todo lo que mira? Ese es el motor de Questi fantasmi, la formidable tragicomedia que lanzó internacionalmente a Eduardo De Filippo. Fernán-Gómez la estrenó en 1959, en el Infanta Isabel, en versión de Armiñán: Con derecho a fantasma. Bajo ese mismo título, la función (que acaba de estrenarse en el Grec manteniendo el original) llegará en otoño al María Guerrero. Es la segunda pieza del maestro napolitano que Oriol Broggi dirige esta temporada en su espacio acostumbrado, la nave de la Biblioteca de Catalunya, y cabe augurarle un éxito similar al de Natale in casa Cupiello. Sin embargo, la puesta no es tan redonda. Tampoco, pese a su brillantez y su hondura, alcanza Questi fantasmi la contundencia de La grande magia, escrita dos años más tarde, y en la que desarrolla sin desfallecimientos el asunto de la ficción como vía de escape: Calogero Di Spelta, que "parece creer" que la esposa que le abandonó está encerrada, por un conjuro, en una cajita, es un primo hermano de Pasquale Lojacono. Tiene Questi fantasmi una impronta shakespeariana (la continua mezcla de géneros, la conjunción de poesía y prosaísmo; los fools siniestros) y un aire muy jardielesco (el Jardiel de Los habitantes de la casa deshabitada), en lo bueno -el crescendo de enredos, el dolor latiendo bajo la farsa- y también en lo malo: la sobredosis de inverosimilitudes y el exceso de explicaciones. Broggi ha montado una nueva compañía (la primera ha de girar Natale) con un doble pie forzado: los actores, catalanes y napolitanos, hablan en castellano, imagino que por el imperativo de la coproducción con el CDN. El travestismo idiomático enfría un poco el relato y ralentiza la fluidez, sobre todo en el caso de Toni Laudadio, un notable cómico de Teatri Uniti, que lleva a cabo un enorme esfuerzo pero parece estar "contando" el personaje de Pasquale. Más raro resulta escuchar a Pau Miró interpretando a Gastone, el cuñado de Alfredo, con forzado acento argentino, muy a la manera de Leonardo Sbaraglia: su trabajo rebosa energía y convicción, aunque la sensación de broma privada distrae y confunde un poco. Broggi siempre ha tenido una fastidiosa tendencia al capricho, que, por suerte, va frenando. A veces la autoindulgencia se redime por su propio encanto, como cuando toda la compañía se lanza a cantar Nessun Dorma: tampoco viene a nada, pero es un estallido de alegría. Volviendo a Laudadio, creo que, pese a sus muchas virtudes (brío, sencillez, gusto por comunicar), no da el tipo: su físico, que recuerda a un joven Brassens, resulta demasiado poderoso. Pasquale es un empecinado, pero ha de aflorar también, y lo hace con dificultad, su lado angélico, frágil, de poverello. De igual modo, pienso que el personaje ha de ser mayor que su mujer: la diferencia de edad tiene un gran peso a la hora de intentar retenerla. No juegan a su favor algunas amputaciones de la adaptación, que firman Miró y Enrico Ianiello: la maravillosa escena del café que abre el segundo acto, aquí reducida a la mínima expresión, no solo ha sido siempre un regalo para cualquier actor sino que nos dice mucho de la humildad de Pasquale, de su anhelo de una felicidad sencilla. Xavier Boada (Alfredo), uno de los puntales de Joglars, y la siempre intensa Marta Domingo (María) tienen un arranque flojísimo, muy impostado, casi de telenovela antigua, y poco a poco crecen en densidad: Boada está impecable en la escena final y Domingo acaba lidiando con la extrema dificultad de un personaje progresivamente enmudecido, que se expresa por miradas y silencios. La luz, demasiado uniforme, desmiente la atmósfera fantasmagórica, si bien las sucesivas "apariciones" están resueltas con mucha gracia: a veces Broggi fuerza la clave de farsa, pero el texto lo permite e incluso lo pide. Los equívocos tienen un tono ingenuo, casi de Abott y Costello, que exhalan un perfume de teatro popular y complacen mucho a un público cada vez más regocijado: el mano a mano entre Pasquale y Piero, hermano del portero Raffaele (en el original era una hermana, Carmela), que corre a cargo del hilarante Giampiero Schiano, felizmente exento de hablar en castellano, o la logradísima escena de la llegada de Armida, la esposa de Alfredo, con sus dos hijos, Totó y Peppino (casi un homenaje burlón a Los otros, de Amenábar), donde se lucen Pilar Pla y los gemelos Ritxard y Rafa Galvez, y Laudadio alcanza su cima cómica. Antes hablaba de fools siniestros y también está muy lograda esa nota: comparten podio el tortuoso y crispado Gastone de Pau Miró y, sobre todo, el canallesco Raffaele, que Jordi Martínez, pese a su inseguridad en castellano, interpreta como un clown feroz y temible: el espeluznante pasaje en el que narra, con extrema suavidad, cómo apalizaba "por amor" a su difunta da la justa medida de este actor y de la habilidad de Broggi para trabajar los contrastes. Ahora convendría ajustar las tuercas que flojean.
Questi fantasmi, de Eduardo De Filippo. Dirección de Oriol Broggi. Festival Grec. Barcelona. Hasta el 25 de julio. Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional). Madrid. Del 29 de octubre al 5 de diciembre.
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